Siendo yo joven, un
buen amigo mío y compañero de estudios y otras fatigas, Jesús Madrid, solía
hablar de la “doronterapia”. Del griego “doron”, que significa “don, entrega”, y terapia, “doronterapia”:
curación por la entrega. ¿Qué quería expresar mi amigo con esta palabra? Algo
sencillo: ¿no habéis experimentado que cuando vivís encerrados sobre vosotros
mismos, centrando el foco de vuestra atención sobre vuestro problema, vuestro dolor, vuestra angustia..., ese
problema, ese dolor, esa angustia se agranda y se hace tan pesado y desagradable
que cuesta seguir adelante con él? Y al revés, ¿no habéis experimentado que
cuando os abrís, os dais, os ponéis al servicio de los demás, y el foco de
vuestra atención lo centráis sobre los problemas y necesidades de los demás, los
vuestros se van como diluyendo, achicando, hasta perderse y desaparecer? Pues
bien, de eso hablaba mi amigo, cuando hablaba de la “doronterapia”:
la entrega a los demás como camino para superar los problemas propios, para
conseguir la propia curación, diríamos. Lo que escribió L. Boros: “La alegría [aquí podrías poner: ganas
de vivir, ilusión, sentido de la vida, etc.]
sólo se siente cuando uno se abre y se da. Si nos contentamos con
ceñirnos a nosotros mismos, nos encontramos oprimidos por todo lo que de alguna
manera nos atañe: enfermedad, dolor, pobreza, deshonra, fracaso. Pero si nos
hemos consagrado al servicio del hermano, si nos hemos dado a los demás,
entonces todo lo que tengamos que padecer pierde su importancia y su valor.”
Y aquello que leí no
recuerdo donde: “Cuando ayudas a alguien
a salir de sus problemas, estás encontrando la fosa donde enterrar los
tuyos.”
Y lo de Charles
Dickens: “Nadie es inútil en este mundo,
si es capaz de aligerar la carga de
otro.”
Podría traer a colación
muchos ejemplos. Y creo que cualquier de vosotros, seguramente, los tendréis
también. Pero voy a recordar a Alejandra, una joven de 21 años, alta, morena, de
ojos grandes y hermosos. Yo la conocí con ocasión de su segundo intento de
suicidio.
- No vale la pena seguir viviendo,- respondía
invariablemente, cuando le preguntaba el porqué de esos
actos.
- No encuentras nada
por qué vivir...
-
No.
- Mira, un famoso
psiquiatra, Víctor Frankl, al salir del campo de concentración de Auswitchz,
hecho una piltrafa, decía que “no importa
que nosotros no esperemos nada de la vida, sino si la vida espera algo de
nosotros”. ¿Te has preguntado si la vida espera aún algo de
ti?
- ¿De mí? –preguntó con
una mueca de asco.
“Ni creo en las
personas ni creo en la vida”, me había dicho muchas veces. Mucho menos creía en
ella misma. Como le decía yo, se
miraba a sí misma “con muy malos ojos.” Tan malos que nunca logré que me hablara
de una sola cualidad positiva que viera en ella misma.
Un día, cuando ya
habíamos terminado la entrevista, y me despedía de ella, le dije:
- Necesito
que alguien me eche una mano. ¿Quieres ayudarme
tú?
Me miró
con mirada incrédula. Insistí:
- Sí...
¿Quieres ayudarme?
- Si
puedo... –dijo dubitativa.
- Mira: estoy esperando a una chica que tuvo un
accidente y está en silla de ruedas. Tiene 15 años. Se siente muy sola y muy
triste. Algo deprimida. Necesito a alguien que le haga compañía unos ratos, que
la saque a pasear por las tardes, que le ayude en estos momentos de tristeza y
depresión
- ¿Crees
que yo puedo?
- Por eso
te lo digo.
Quedamos que al día siguiente se la presentaría. Así
fue. Y, desde aquel día, comenzó a visitar a la muchacha, a sacarla de paseo, a
ayudarle en sus estudios, etc. Volvió a verme, por su problema, sólo dos veces más. La tercera fue para decirme
que le resultaba difícil continuar con las entrevistas, porque lo de Finuca -
era la chica parapléjica - le ocupaba mucho tiempo. Efectivamente dejó de
venir.
Tres meses más tarde, me encontré con ella en la
calle. Le pregunté cómo estaba.
- Bien. Muy bien.... ¡Y con ganas de vivir!...-
respondió sonriendo con cierta picardía-. Y Finuca, también.
¡Que sí! Que la “doronterapia” funciona... Que vale la
pena vivir aquello de Anaïs Nin: “Todos los placeres de que podría darme el lujo, los abandono
voluntariamente por obtener un placer más alto creando a mi alrededor vida,
esperanza, realización. Siento un placer profundo cuando los demás son
felices.”. Que sí, que, cuando uno se entrega a los demás, está encontrando
la fosa donde enterrar sus
problemas.