Vivir cara al futuro
Era alto, fuerte. Lo que se dice un buen mocetón. Hasta rubio era y con los ojos
azules, - y no es broma -. Llamaba la atención de las chicas que se tropezaban con
él. Lo comprobé al salir del despacho, pues nos tropezamos con una joven
compañera psicóloga, que más tarde, mientras tomábamos café, me dijo: - "¿A ese
chico rubio lo estás atendiendo tú?" Le dije que sí, y ella bromeó: -"Pues bien
podías transferírmelo a mí." Yo sonreí y le comenté escuetamente: -"¡No sabes
lo hundido que está!..."
Efectivamente estaba muy hundido. Llevaba un mes atendiéndolo. Vino, porque –
dijo- temblaba cada vez que tenía que acercarse a una chica. El último manotazo
que acabó oscureciéndoselo todo fue el de una jovencita, que en la discoteca, ante
una frase suya, soltó una carcajada.
“Mi vida es un fracaso. Nada me ha salido bien... ¡Ni me saldrá!”, era su repetido
lamento.
Continuamos las entrevistas y, al fin, tras bastantes sesiones de terapia, fue
recobrando la confianza en sí y en el futuro.
Lo he recordado hoy, porque me he encontrado con un texto que le recordé en
una de las entrevistas a aquel muchacho. Es del poeta norteamericano Carl
Sandburg en su poema "La pradera". Este:
"Te digo que el pasado es un cubo de ceniza.
Te digo que el ayer es un viento que ha pasado,
un sol que se ha puesto en el Oeste.
Te digo que en el mundo sólo hay
un océano de mañanas,
un cielo de mañanas."
"Te digo que el pasado es un cubo de ceniza"..., escribió el poeta. Y sin embargo,
cuántas veces la hiel del pasado es la que nos amarga la miel del hoy y el que nos
corta las alas y no nos deja soñar y volar hacia el futuro.
A aquel buen muchacho le decía yo: ¿No te das cuenta de que el pasado, que no
existe, que es un cubo de ceniza, un viento que ha pasado, un sol que se ha puesto
en el Oeste, tú lo has atrapado, lo has traído a tu aquí y ahora, lo has plantado en
medio de tu vida, y es él el que te impide ver ese océano de mañanas, ese cielo de
mañanas de los que habla el poeta?
Esto se lo decía entonces a aquel muchacho. Hoy, amigo lector, te lo digo a ti. Y
me lo digo a mí. Porque ¡qué fácilmente caemos en el mismo error! O podemos
caer. Pues ¡alerta!
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