Todos los días pueden ser Navidad
Navidad, palabra mágica que hace que todo estalle en gozo y en ganas de vivir. Y todo porque nace un niño. Ah, pero es que... “os anuncio un gozo grande...: os ha nacido un salvador” (Lc 2,11). Y uno que anda por la vida cargado de angustias, de tristezas y de pecado, buscando con desespero a alguien que le aligere la carga, ¿cómo no va alegrarse con la noticia?
Sin embargo, nuestro mundo sigue siendo un mundo triste. A veces se pretende espantar la tristeza con el ruido y el no pensar; pero la tristeza sigue ahí, terca, acurrucada en cualquier rincón, esperando. Y, al menor descuido, se cuela de nuevo por todos los poros del corazón humano.
Y uno se pregunta: ¿es que ese gozo grande que gritan los ángeles en la Nochebuena sólo es para unos días? ¿Dónde está ese salvador que rompe todas las tristezas, todas las angustias, todas las miserias? Pero... ¿no será que no sabemos verlo? Porque me encuentro con esto de Juan el Bautista. “En medio de vosotros hay uno a quien no conocéis” (Jn 1,26). Y era verdad: estaba. Pero ¿quiénes le vieron? Aquella primera noche del grito de los ángeles, unos cuantos pastores; después, unos hombres venidos de lejos tras la ilusión de una estrella. Los demás... Pienso en Herodes, por ejemplo: los hombres llegados de fuera le hablan de El, y la noticia pone temblor de miedo en su corazón.
Pero dejemos tranquilos a las gentes de entonces. Hoy quiero pensar en mí. ¿Le hubiera visto yo? Porque, la verdad, se presentó de una manera... Un chiquillo, que nace de una mujer del pueblo y en un establo. Y si doy un salto en el tiempo y lo miro años adelante, lo mismo: un hombre, que, sí, habla como ningún otro ha hablado antes, según dice la gente; pero un hombre. Y si lo veo al final de su vida, burlado, insultado a salivazo limpio, entretenimiento de la vigilia obligada de unos soldado centinelas, colgado de una cruz...
Pero ahora corta mi reflexión el latigazo de esta afirmación de L. Evely: “Nunca hemos podido tragar la encarnación.” Y pienso que eso es lo que nos pasa: que a Dios no lo buscamos encarnado, sino “encielado”, como decía el mismo autor: con mucha gloria, con mucho poder, con mucho relumbrón. Y El no ha querido eso; El ha querido presentarse “descielado”, encarnado. Y hay que “tragarlo” así, hecho hombre. Débil, como cualquiera de nosotros.
Esto me planta de pronto en mi monótona vida de todos los días. Porque me encuentro con esto que dijo El:. “Lo que hicisteis con un hermano mío de los más humildes, a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40). Está claro: El anda por aquí. Lo que ocurre es que sigue con sus mañas: apareciendo encarnado, ¡hombre! Y yo, como los de entonces, lo espero de otra manera: lo espero Dios-Dios. Y...
Escribe L. Boros hablando de los de Emaús: "Jesús... fue un trecho a su lado y conversaba con ellos. Pero ellos no le reconocieron. El Señor se ha aparecido así siempre después de su resurrección: inaparente, como hambriento, un jardinero, un viandante, un hombre en la costa..."
Mejor así. Porque así resulta que este desconocido que está sentado a mi lado en el banco del jardín, no es otro que ese Chiquillo-Salvador que pone alegría en mi corazón todas las Nochebuenas; resulta que ese Chiquillo-Salvador está saliéndome al paso -"inaparente "- en cada hombre que se cruza en mi camino; resulta que todos los días son, pues, Nochebuena, que todos los días son Navidad, ¡porque todos los días El viene a mí en el hombre!
Ahora entiendo aquello de aquella tarde. Con Miguel Hernández, mi paisano, podía decir yo: “Hoy estoy para penas solamente”. Y vino aquel hombre con su grito de angustia: “Necesito hablar con alguien, por favor.” Le escuché. Cuando se marchó, toda mi tristeza se había hundido en no sé donde, y sobre ella flotaba el gozo, un gozo grande como el de la Nochebuena. Ahora entiendo. Fue eso: El había venido a mí en aquel hombre cargado de una tristeza grande y me había salvado de mi pequeña tristeza. Aquella tarde fue Navidad para mí. Ahora entiendo... ¡Qué fácil vivir siempre en Navidad! ¡Qué fácil vivir siempre en el gozo grande de la Nochebuena! Basta abrirse, acoger al hombre que viene a mí, o tengo a mi lado. Así de fácil... Y yo, terco, sin querer enterarme.
Artículos:
LO QUE PRETENDO CON ESTA SECCIÓN
De los ricos y sus riquezas
Hoy, ¡Feliz día!... Y mañana ¿qué?
Con ocasión del Domund
Valorar, gozar y agradecer lo que tenemos
Para educar a los hijos ¿la buena voluntad basta?
Dar, ese verbo que nos cuesta tanto 'conjugar'
Y sin embargo, aceptarse y seguir en la brecha
La bondad hará progresar el mundo
Rincón
A amar se aprende, hay que enseñarlo
Eso de la educación (II)
Eso de la educación (I)
Un camino para una vida en paz y feliz
Toda la culpa es de esta cabeza
Servir, cosa de fuertes
La parábola de las rosas
Vivir cara al futuro
La Resurrección, una llamada al compromiso
Otra vez la autoridad
"Sacar adelante" a los hijos
Catalina, la del corazón que supo amar
Todos los días pueden ser Navidad
Talento sin voluntad ¿a dónde llegará?
Amenazados... de Vida
Y de la autoridad ¿qué?
El divorcio y los hijos
Los hijos necesitan tiempo (2)
Los hijos necesitan tiempo
A la curación por la entrega
Ahora hablaré de mí
Los padres y el sentido a la vida
¿Hombres de carácter o juguetes de los caprichos?
Amar a los hijos no es transigir en todo y no negarles nada
Refranes. Bien está lo que bien acaba
Refranes. LA MUJER EN LOS REFRANES
Refranes. Ya estamos en Invierno
Refranes. La Primavera, la sangre altera
Refranes. Año de higos, año de amigos
Refranes. Otoño entrante, barriga tirante
Paso la palabra. Para meditar cada día
Para contactar con Jesús Aniorte mandar un email a aniorte@totana.com
|