Talento sin voluntad ¿a dónde llegará?
En estos tiempos son muchos los que andan por la vida recitando aquello de Manuel Machado: “ Mi voluntad se ha muerto una noche de luna...” Tal vez por eso, cuando uno habla de la importancia de educar la voluntad, de educar en el esfuerzo a los niños y a los jóvenes, percibe en los que le escuchan miradas de desconcierto, como de quienes se preguntan: Pero ¿éste de qué va? ¿De qué “zarzo” se acaba de caer? Porque no está de moda hablar de ello. Ni siquiera entre padres y educadores. El esfuerzo, la disciplina, la renuncia, el sacrificio, la superación, a muchos les suenan hoy como a palabras caídas en desuso, hasta -para algunos al menos- de mal gusto “pedagógico”. “Vivimos - ha escrito José A. Pagola- más bien envueltos en eso que el catedrático de psiquiatría Enrique Rojas, llama «la filosofía del me apetece». Esa es la principal motivación que inspira la vida de no pocos: «no me apetece» «esto me va», «aquello no me gusta»”. Y así se educa.
Sin embargo, sin una voluntad recia y fuerte ¡a qué pocas partes que valga la pena se llega! Si la vida -querámoslo o no- es un reto constante a superar obstáculos, para caminar por su camino se requiere una voluntad fuerte y una ilusión que no se rompa al primer tropiezo. Es cierto aquello de que “lo que la naturaleza no da, Salamanca no lo suple”. Pero también lo es que los grandes triunfos y logros en la vida son, con mucha frecuencia, más fruto de la tenacidad, del esfuerzo de cada día, que de la misma dotación natural. Un futuro de madurez, de autonomía, de libertad, -que es hacia donde debe encaminar la educación- no es fruto del dejarse llevar por la vida; sino de la disciplina, de la constancia, de la renuncia a metas inmediatas de menos importancia. Es el resultado de una pelea que cada educando debe luchar consigo mismo. “La libertad es la adecuada gestión de las ganas, y unas veces habrá que seguirlas y otras no”, dice José A. Marina. Ahí está: unas veces decir sí y otras decir no. Y Ortega y Gasset escribió aquello de que “la vida nos ha sido dada, pero no nos ha sido dada hecha…” Tiene que construirla cada uno. Y ello, “golpe a golpe, verso a verso”, como el poema, según escribió Machado, y canta Serrat.
Alguien ha escrito que el carácter no es un apellido de alta alcurnia que se hereda sin trabajo. Ni una voluntad recia, fuerte, se consigue de la noche a la mañana. Como la musculatura física, crece con el ejercicio continuado. Ahora estudio, porque es hora de estudiar y no de ver la tele. Ahora no bebo más, porque sé que me sienta mal. Ahora ayudo en casa, porque mis padres necesitan mi ayuda. Ahora renuncio a oír música, porque quiero escuchar a mi amiga, que anda triste estos días. Ahora me levanto, porque no quiero que la pereza me domine. Y así en tantas otras cosas y casos. Un día y otro día. Con constancia. Es el entrenamiento que hace que crezca la musculatura de la voluntad. Después vendrán batallas más fuertes, y uno estará preparado.
He leído por ahí que en la educación, los padres y profesores deben valorar y alabar más el esfuerzo y elogiar menos las dotes intelectuales, pues lo primero produce estímulo, pero lo segundo sólo vanidad. ¿No habéis observado que no siempre las grandes cabezas son las que más rinden y triunfan? Muchos padres defienden, ante los profesores, a los hijos que suspenden: “Si él es listo; lo que pasa es que es muy gandul”. Ahí, ahí es donde hay que insistir en la educación. ¡Cuántas inteligencias brillantes fracasadas por carecer de voluntad! Creo que todos hemos tenido compañeros de estudio en los que ha ocurrido así: compañeros brillantes -y hasta muy brillantes- acabaron instalándose en la mediocridad, porque no aprendieron a esforzarse; otros, en cambio, considerados por todos como “medianías”, porque fueron más constantes y aprendieron a esforzarse, fueron más capaces de hacer frente a las dificultades que se les presentaban y acabaron triunfando en la vida. Y es que, como sabe cualquiera que no ande alocadamente por la vida o dormite en la higuera, “la lucha y el sufrimiento -como dice Enrique Monasterio- son peajes inevitables en el camino de la vida, y para triunfar y ser feliz es indispensable perderles el miedo”. ¿Educamos hoy para ello?
De J. A. Garfield, vigésimo primer presidente de los Estados Unidos, cuentan sus biógrafos que, cuando -a cambio de sus estudios, pues no tenía otra manera de costeárselos -, le aceptaron como criado en el Colegio Hiram de Ohio, se dijo a sí mismo: "Debo ante todo hacerme hombre, porque si en esto no tengo éxito, en nada lo tendré". Y triunfó: llegó a ser primero profesor y, después, rector del mismo colegio en el que había sido simple criado; más tarde, Diputado en el Congreso y, finalmente, en 1880, fue elegido Presidente.
Talento sin voluntad, ¿a dónde llegará? Valoremos las dotes naturales, eduquemos la inteligencia; que aprendan muchas cosas nuestros hijos y jóvenes; pero también -y sobre todo- eduquemos la voluntad de los niños y jóvenes. “ Educar a un niño no es hacerle aprender algo que no sabía, sino hacer de él alguien que no existía ”. Esto lo escribió J. Ruskin. Formemos, pues, ante todo, hombres. Pongamos empeño e ilusión en hacer de ellos –orientándoles, estimulándoles amorosamente, delicadamente, pero con firmeza- personas constantes, esforzadas, trabajadoras, de recia voluntad. Será la mejor preparación para triunfos futuros y para una felicidad auténtica. ¡Que acertemos!
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