Los padres y el sentido a la vida
Cuando lo leí por vez primera, me hizo pensar, y mucho. Me refiero a ese libro del famoso psiquiatra austriaco, Víktor Frankl, fundador de la escuela de psicoterapia llamada logoterapia,: "El hombre en busca de sentido." En él cita la conocida frase de Nietzsche: "Quien tiene un porqué para vivir, encontrará casi siempre el cómo". Era lo que había observado él en el campo de concentración de Auschwitz, donde estuvo recluido por ser judío: que los que tenían algún motivo para desear seguir viviendo -"sentido de la vida" llama Víktor Frankl a estos motivos- eran capaces de resistir las más brutales carencias y malos tratos. Cuando esto no se daba., dejaban de luchar por sobrevivir y morían.
Había hablado de esto a un grupo de jóvenes. Al término de la charla, se me acercaron los padres -él y ella- de una muchacha que había asistido a la charla. Me contaron su angustia y su miedo: la chica ya había tenido dos intentos de suicidio.
- Hasta ahora hemos llegado a tiempo, - decía angustiada la madre -; pero la próxima vez ¿llegaremos?
Les pregunté:
- ¿Qué motivo creen que tiene para hacerlo?
La madre saltó como disparada por un resorte:
- ¡Ninguno! Que es una desagradecida... ¡Con todo lo que estamos haciendo por ella! No le falta nada, ¡nada! Todo lo que ha pedido se lo hemos dado...Y así nos paga.
Le pregunté:
- Le han dado todo...; pero además de "todo", ¿le han dado algo más?
Me miraron -y se miraron- desconcertados. Por fin, el padre preguntó:
- ¿Qué quiere decir usted?
Y le conté lo que oí relatar a un compañero psicólogo, que trabaja en el Teléfono de la Esperanza. Atendía a un joven. Era de familia acomodada. Tampoco le faltaba nada. De ello se habían preocupado sus padres… Pero se había metido en la droga, y de la dura. Mi amigo ya había tenido varias sesiones con él; pero el muchacho no reaccionaba ante nada de lo que le decía para animarle a salir de esa situación. Ante ello, mi amigo utilizó, diríamos, el último cartucho:
- Pero, muchacho, ¿tú no te das cuenta de que, si sigues por ese camino, pronto vas a terminar con tu vida...
El muchacho alzó la cabeza, le miró, y le escupió su hastío:
- ¿Y qué? Para la "mierda" de vida que me espera...
Yo apostillé: ¡Y lo tenía todo!
Aquellos padres se miraban, más desconcertados y callaban. Yo añadí:
- En la charla he hablado a los jóvenes de un psiquiatra que preguntaba a sus pacientes, que lo estaban pasando mal, y a veces muy mal: "¿Y usted por qué no se suicida?" Y ¿saben por qué no se suicidaban, a pesar de estar pasándolo mal? Porque tenían un motivo para seguir viviendo: unos tenían unos hijos por los que luchar; otros tenían la ilusión de desarrollar unas cualidades de las que se sentían dotados; otros soñaban en seguir colaborando en alguna causa noble, etc. Y les he leído esto que escribió Víktor Frankl:
"No cabe duda de que la conciencia de una misión en la vida posee un extraordinario valor psicoterapéutico y psicohigiénico. No tengo reparo en afirmar que no hay nada que ayude más al hombre a vencer o, por lo menos, a soportar la necesidades objetivas y las penalidades subjetivas que la de tener una misión que cumplir. Esta misión cuando se concibe como algo personal, hace a su portador insustituible, irreemplazable y confiere a su vida el valor de algo único."
Pregunté después:
-¿Ustedes han dado a su hija, además de "todo", un motivo por el que valga la pena vivir? Miren: el gran error de los padres es creer que con llenar la vida de sus hijos con cosas basta para que éstos se sientan felices. Y no. Los jóvenes -lo mismo que los adultos- necesitan también -y sobre todo- un sentido para su vida, un "porqué" vivir, unos valores nobles por los que valga la pena luchar y aguantar los contratiempos de la vida; experimentar que su vida es útil e, incluso, necesaria para alguien o para algo; tener conciencia de que son, en cierta manera, irreemplazables. Si no, no es de extrañar que, a pesar de la abundancia de cosas, se aburran, sientan que les ahoga el hastío y se entreguen a la bebida, a la droga..., ¡o se suiciden!
Aquellos padres me miraban y guardaban silencio. Por fin, el padre comentó con tono derrotado:
- En eso hemos fallado... Sí, ¡hemos fallado!
Y miraba a su mujer.
Jesús Aniorte
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