La Resurrección, una llamada al compromiso
Resurrección: estallido de vida: Re-surgir. Y pienso en esos árboles que el
frío del invierno mata, y luego la primavera viste de pronto de vida. Como ese
árbol de Judea que veo desde mi ventana: hoy extiende al cielo sus brazos,
desnudos por el frío hasta dar pena; dentro de bien poco será esplendoroso grito
de alegría rosa en el parque. Y pienso, sobre todo, en el grano de trigo que es
tirado a tierra y que se va pudriendo para luego resurgir hecho espiga. Lo dijo El:
"El grano de trigo que cae en tierra, queda infecundo si no muere; pero, si muere,
produce mucho fruto” (Jn 12,24).
Y es que morir es el camino para poder re-surgir. Lo olvidamos
fácilmente. Tenemos miedo. Porque morir es rompimiento, dolor,
enfrentamiento con la soledad, abandono, desamparo. ¡Y horroriza tánto esto!
Como que ese miedo alcanzó al mismo Cristo. Recuerda aquellas náuseas de la
noche de Getsemaní. Pero El no se echó atrás: "No se haga mi voluntad sino la
tuya." (Lc 22, 42). Y es que era el camino, repito. "Por eso Dios lo levantó sobre
todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre". (Fil 2, 9).
Reflexiono sobre esto, porque es fácil la tentación del gozo y la alegría
superficial de la Resurrección: El Señor ha resucitado, ¡aleluya! Y ya está. Con
unos gritos de júbilo despachamos la Resurrección. Y no. Hay que profundizar.
Hay que pensar en el triunfo, pero también en el camino que ha conducido a él.
Cristo llega al triunfo a través de un túnel negro de dolor, de desprecio, de afrenta,
de traición, de muerte. No hay que olvidarlo, porque es el camino que tenemos
que recorrer, si queremos llegar a la participación plena de ese triunfo.
Dice san Pablo: "Ya que habeis resucitado con Cristo, buscad los bienes de
allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios”. (Col 3,1). La
resurrección de Cristo nos afecta. Cristiano es el que, en el bautismo, ha muerto
con Cristo al pecado y con Cristo ha resucitado a una vida nueva. No es, según
Pablo, un rito vacío el bautismo, una ceremonia piadosa. Es lo más importante
que le acaece al cristiano. "Con Cristo fuisteis sepultados en el bautismo, y con él
resucitasteis mediante la fe…. A vosotros que estábais muertos por vuestros
pecados... Dios os convivificó con El". (Col 2, 12-13).
Muertos al pecado, resucitados con Cristo. Ello impone una vida nueva,
pues se ha cambiado de ser: "Despojaos del hombre viejo con sus malas pasiones
y revestíos del hombre nuevo que se va renovando y se va conformando con la
imagen de quien lo creó." (Col 3,10). Eso, cambiar de vida. El bautizado se ha
revestido de Cristo. Es Cristo quien ha de manifestarse en su vivir y en su obrar.
Cristo, el vencedor de 1a muerte, del pecado, del mal.
“Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo", dice Pablo. Lógico. Si
convivimos con Cristo, el centro de la aspiración del bautizado debe estar
donde está Cristo. El bautizado -conresucitado con Cristo- no puede sentirse
plenificado con los solos valores puramente terrenos. Debe estar proyectado
hacia arriba, “donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios." Vivir los valores
del Reino, los que vivió Cristo.
Entonces, ¿qué? ¿Olvidarnos de este mundo y retirarnos poco menos que al
desierto? Miradas las cosas superficialmente, eso parece. Como si Pablo animara a
mirar sólo hacia “arriba", desentendiéndose de lo de “abajo", lo que paralizaría
todo esfuerzo humano por la construcción de la ciudad terrena, haciendo buena la
acusación de que la religión aliena. Pero no. El "hombre nuevo" relativiza, sí,
esto de abajo, pero no lo olvida. Y menos lo desprecia. Por el contrario se siente
llamado con más fuerza a la construcción de la "nueva tierra", ya inaugurada por
la resurrección de Cristo. No. La Resurrección -y la esperanza de un "más allá"
que ella nos mete en el corazón- no paraliza las manos del creyente. No puede
paralizarlas. Si no, recuerda la reprimenda del mismo Pablo a aquellos de
Tesalónica que, agazapados tras la esperanza de la resurrección, se habían
instalado en el desinterés por las cosas de este mundo, y se negaban a trabajar.
(2Tes 3,12).
Mira esto del Concilio: "La espera de una nueva tierra no debe amortiguar,
sino más bien avivar, la preocupación de perfeccionar esta tierra, donde crece el
cuerpo de la nueva familia humana, el cual puede de alguna manera anticipar un
vislumbre del nuevo mundo."(GS 39).
No. La resurrección no paraliza las manos del cristiano; las pone en acción.
Y con más energía y urgencia. Con más ilusión. Porque sabe que su trabajo no
termina con él, en el vacío de la muerte, sino que es anticipación y preparación del
reino de Dios. De nuevo el Concilio: "Los cristianos, en marcha hacia la ciudad
celeste, deben buscar y gustar las cosas de arriba; lo cual no disminuye, antes, por
el contrario, aumenta la importancia de la tarea que les incumbe de trabajar con
todos los hombres en la edificación de un mundo más humano.”(GS 57).
Está claro, creo. ¿O no?
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