REFRANES: Bien está lo que bien acaba, Colaboración de Julio Micó, capuchino
Si recordáis un poco, comencé el año escribiendo sobre la mujer en el Refranero; pero como los refranes son el reflejo de lo que piensa la sociedad, pues me salió un poco negativo. En los artículos sucesivos traté de disculparme ofreciendo la imagen de unas cuantas mujeres que han hecho historia. Pero no me he quedado del todo satisfecho; por eso pienso terminar viendo la faceta positiva de ese mismo Refranero, aunque lo mío me ha costado el espigar algunos refranes que hablen de la mujer de forma positiva.
Una sociedad patriarcal y machista
Sabido es que los refranes pertenecen a una visión del pasado en el que el hombre y la mujer no eran valorados del mismo modo; la desigualdad era patente, lo que se refleja en estos dichos populares. La prepotencia del varón sobre la mujer les obligaba a tratarlas como algo valioso, pero frágil, que necesitaba la protección para que pudieran realizar su papel en la sociedad; un papel que se reducía a criar hijos y llevar la marcha de la casa.
En principio se reconoce el valor de la mujer, pues “la mujer buena y leal es un tesoro real”; pero tiene que reunir un aserie de virtudes que satisfagan las expectativas del varón, entre ellas el de la maternidad, pues “la mujer que es madre, no es mujer sino ángel”. Una maternidad que no la debe llegar al engreimiento, sino que debe cumplir esa misión como algo normal, ya que “mujer discreta, madre perfecta”.
Otro de los valores es la inteligencia, no en vano “la mujer tiene mucho saber”. Tanto es así que “la mujer sabe un punto más que el diablo”; pero tampoco conviene que se lo crea demasiado, pues «la mujer lista y callada, de todos es alabada».
La inteligencia de la mujer es, sobre todo, práctica; una inteligencia que aprende de la vida para mejorarla. Así «la vieja que de vieja se moría, cada día cosas nuevas aprendía». La inteligencia en las mujeres se valora y se supone, con tal de que no sea una amenaza para el varón, ya que «la sencillez es el mejor adorno de la mujer».
Pero la virtud que más se destaca es su laboriosidad: “Mujer virtuosa, nunca está ociosa”; sin embargo el trabajo también tiene sus límites, pues «la que en la fiesta trabaja, siembra grano y coge paja». Mantener una casa conlleva mucho trabajo, aunque no tenga demasiados enseres, pues “mujer ordenada, con poco llena su casa”, pero la mujer que se precie de su trabajo como ama de casa no se puede dormir en los laureles; de ahí que le adviertan: “Mujer de tu casa, hinca los puños y harás buena la masa”.
En los tiempos en que se escribieron estos refranes, todavía estaba muy lejos eso de la «sociedad de consumo» que nos anima a «usar y tirar»; había que remendar hasta el infinito, puesto que era harto difícil el reponer. De ahí que “mujer remendadora, mujer ahorradora”. No estaba la cosa para ir tirando, por eso “mujer que ahorra, a su marido engorda”.
Hay que dar un paso más
Aun resaltando lo positivo de los refranes, todavía se nota demasiado el desnivel entre hombres y mujeres. Lo que piden las mujeres, y los hombres para ellas, no es protección sino igualdad. No hay razón alguna, ni siquiera teológica, que justifique esta discriminación; por tanto habrá que ir cambiando de mentalidad –y también de actitudes- para que podamos escribir nuevos refranes en los que se refleje la igualdad entre todos aunque tengamos formas diversas de realizarla.
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