Toda la culpa es de esta cabeza
A aquella mujer le dije: “Cuénteme, señora...” Y ella comenzó a contarme. Casi una hora estuvo hablándome de sus muchas desgracias. Al final, su comentario-resumen fue: “Y toda la culpa es de esta cabeza...” Yo comenté: “Siempre pesando y diciéndose a sí misma cosas no bonitas precisamente”. Me miró, como sorprendida, y dijo: “Eso…”
“Toda la culpa es de esta cabeza…”, dijo la mujer. Y es verdad. Gran parte de nuestros sufrimientos y de los malos ratos que pasamos es culpa de esta descontrolada cabecita nuestra. Lo dijo el esclavo filósofo Epicteto: "Lo que turba a los hombres no son los sucesos, sino las opiniones acerca de los sucesos. [… ] Cuando, pues, nos hallemos incómodos o nos turbemos o nos aflijamos, nunca echemos a otro la culpa, sino a nosotros mismos, esto es, a nuestras propias opiniones.” Algo parecido escribió el novelista francés Bernanos: “El mundo exterior podrá hacerte sufrir, pero sólo tú podrás avinagrarte a ti mismo.”
Nos parece que el motivo de que lo pasemos tan mal a veces es lo que nos acontece o los comportamientos de las personas; pero, en realidad, la culpa está en las ideas que nos formamos acerca de esos acontecimientos y de lo que nos decimos sobre ellos. ¿No os habéis percatado de que, ante cualquier disgusto, entablamos con nosotros mismos un monólogo interior sobre lo que nos ha pasado o nos han dicho o hecho? Pues lo que realmente nos trastorna y nos vuelve medio neuróticos o neuróticos totales es precisamente eso que nos decimos. Tantas veces nos repetimos que una cosa es tan horripilante que no podemos soportarlo, que nos lo creemos. Y, efectivamente, ¡nos sentimos insoportablemente desdichados!
Albert Ellis, el creador de la Terapia Racional Emotiva, dice “que cada ser humano que tiene algún conflicto se dice a así mismo toda una cadena de frases falsas…Y son estas frases las que en verdad constituyen su neurosis […] La misma facilidad del lenguaje que les permite ser en esencia humanos –hablar con otros y con ellos mismos- les permite también abusar de esta posibilidad diciéndose tonterías a ellos mismos: definiendo cosas como terribles cuando, en el peor de los casos, sólo eran inconvenientes o molestas.” Si nosotros comenzamos a pensar y a decirnos interiormente que lo que nos ha ocurrido es horroso, insoportable, "la fin del mundo", vamos -como dicen en mi pueblo- pues, claro, nos ponemos para explotar y nos sentimos la persona más desgraciada que pisa la tierra.
La mujer de la que hablé antes, cuando yo le expliqué esto, me miró con mirada de desconcierto, y me dijo en plan defensivo: “No querrá usted que me parezca bien lo que me pasa.” Es el argumento de muchos para continuar con sus pensamientos depresivos y diciéndose tonterías. A aquella mujer le contesté: Que le parezca bien, no; pero que no piense y se diga insistentemente que es tan absolutamente horroso, tan insoportable, sí. Cosas así pasan a otras personas, y no digo que les hagan felices, pero sí que lo soportan mejor que usted y que no se deprimen tanto como usted. Sería estupendo que no pasaran, pero pasan. Son desagradables, molestas, sí; pero también digo que son más soportables de lo que pensamos.
Una madre me contaba lo amargada que vivía, porque su hijo no iba todos los días a verla, señal inequívoca -según ella- de que no la quería. “Bien -le dije-: ¿realmente eso es tan grave, tan grave...? ¿Cuántas madres conoce usted que no son visitadas diariamente por sus hijos? ¿Y esas madres viven tan amargadas como usted? Además, ¿tiene usted seguridad de que su hijo no va, porque no la quiere, como afirma? Usted me ha dicho que en otras cosas sí tiene detalles cariñosos con usted. ¿Entonces…?” “Hombre, vistas las cosas así…”, contestó. “¿Y por qué no verlas así?”, pregunté yo. Porque de eso se trata: de no tener de las cosas una visión tan negra que nos resulten absolutamente inaguantables. Y de no repetirnos constantemente a nosotros mismos que son horrorosas e insoportables. De un personaje de La Reina del Sur, de Pérez Reverte, se dice que “había aprendido que lo malo no era la espera, sino las cosas que imaginas mientras esperas.” Pues espabilémonos y aprendámoslo nosotros. No lo pasaremos tan mal como a veces lo pasamos.
“La culpa de todo es de esta cabeza”, dijo aquella buena mujer. ¿Y qué tal si intentamos "arreglar" esa cabeza?, le dije a ella y hoy te digo a ti, lector. ¿Qué pasaría, si cambiáramos esos pensamientos nuestros tan depresivos, ilógicos e irracionales, como los llama Ellis, por otros algo más cercanos a la realidad, e hiciéramos lo mismo con ese diálogo interior tan pesimista y destructor con que nos atormentamos? Lo pasaríamos un poco menos mal, sin duda, y, a lo mejor, hasta llegaríamos a reírnos de todos esos "sufrimientos" que nos ahogan muchas veces. Epicteto escribió también: "No pretendas que las cosas sean como las deseas; deséalas como son...” Sobre todo, si no depende de nosotros que sean de otra manera. Un proverbio oriental enseña: “Si tiene remedio, ¿por qué te quejas? Y si no tiene remedio, ¿por qué te quejas?” Remediémoslo, si tiene remedio. Y si no, ¿qué adelantamos con quejarnos?
Anthony Robbins, un cardiólogo norteamericano aconsejaba: "He aquí una fórmula para vencer el estrés en dos etapas. Número uno: no se deje abrumar por pequeñeces. Número dos: no olvide que, en realidad, todo es una pequeñez. Y si usted no puede hacer nada ni puede huir, déjese llevar." ¿Qué te parece si empezamos a trabajar para dejar de abrumarnos por tantas pequeñeces con que nos venimos abrumando? Seguramente, nos sentiríamos algo menos infelices y viviríamos con más paz y equilibrio psicológico. Es cuestión de empezar a calificar las cosas de una manera menos catastrofista y de dejar de decirnos tantas sandeces. Si algo es desagradable, pensemos y digámonos que es desagradable, pero no, que es horroroso; si es molesto, pensemos y digámonos que es molesto, pero no, que es insoportable. ¿De acuerdo?
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