Y de la autoridad ¿qué?
Estábamos de visita. Había venido mi amigo de Madrid y quiso saludarlos, porque estaba tiempo sin verlos. La chica llegó gritando como una loca:
- ¿Quién ha cogido mi monedero?
La madre dijo:
- Lo tienes en tu habitación, sobre la cama... Y no grites tanto..., respeta, al menos, las visitas.
- Tú tienes la culpa... – se revolvió -. ¿Cuántas veces te he dicho que no toques mis cosas?
Desapareció por la puerta de su habitación, que cerró de un portazo.
Tenía 20 años. Había empezado a trabajar. Los padres seguían sosteniéndola: comida, ropa y lo que la chica necesitara. Los padres ni sabían el sueldo que ganaba. Sí sabían que gastaba demasiado: en la cartilla apenas si tenía nada. Su madre aclaró:
- Le he cogido el monedero, porque anteayer sacó 50.000 ptas. y quería comprobar lo que le quedaba... Porque temo que se haya metido en la droga. No quiero creerlo, pero lleva un gasto... De las 50.000 sólo le quedan 20.000... ¿Y no me digas que eso es normal? Porque comprarse, no se compra nada.
Intervino el padre y dijo dirigiéndose a nosotros:
- ¿Os habéis fijado? Lo que yo digo: antes, cuando la madre decía: "que viene el papá", los hijos moderábamos nuestros comportamientos y, si habíamos hecho algo malo, empezábamos a temblar. Ahora, al revés: oyes que llega el hijo o la hija, y somos los padres los que empezamos a temblar.
Cuando la chica se marchó de nuevo, los padres entraron más a fondo en el asunto: no sabían qué hacer con los hijos. Cada uno iba a su aire..., ninguno aportaba nada a la casa.
- Son unos egoístas... Y no les digas nada... – decía la madre -. Su padre que siga matándose a trabajar, que ellos seguirán gastando de lo que él gana.
Yo conocía a la familia desde que se casaron. Había visto nacer y crecer a los hijos. Y había visto también la poca autoridad que usaban con ellos. Más de una vez les dije que no era camino. Ante la escena vivida, tenía ganas de recordárselo, pero pensé que ya tenían bastante con sufrir las consecuencias de su "mal-educar" a los hijos.
Regresando a casa, comentaba con mi amigo:
- Ése es el error de muchos padres de hoy: se ha impuesto la "educación permisiva": no negar nada a los hijos, no imponerles nada que pueda contradecir sus caprichos, "procurar que sean felices" permitiéndoles que hagan lo que les apetezca. Así –piensan- demuestran lo mucho que los quieren. Y los niños, sí, necesitan comprensión, cariño, sentirse queridos y aceptados. Pero necesitan también orientación: saber a qué atenerse en la vida. Necesitan, por tanto, normas, que se les señalen caminos a recorrer y caminos por los que no les conviene o no deben transitar. Y esto muchos padres lo olvidan. Así algunos tienen los hijos que tienen... Ya lo has visto: egoístas, mimados, caprichosos..., ¡insoportables!. Es lo que han logrado nuestros amigos. Son muy buenas personas; pero han sido muy malos educadores de sus hijos.
Hoy, al escribir sobre aquél episodio, recuerdo también lo de aquella señora. Tenía 35 años; bien preparada intelectualmente, con carrera universitaria. Pero tremendamente insegura, con un complejo de inferioridad y una bajísima autoestima que la atenazaban ante cualquier circunstancia nueva. Había venido a verme por ello. Yo le pedí que me escribiera lo que recordara de su infancia: sus relaciones con sus padres, con otras personas significativas para ella, etc. Ella me trajo varios folios bastante bien escritos. Me llamó la atención esto que copio literalmente:
"En casa lo tenia todo. Era la única niña entre cuatro hermanos. Mi padre me lo concedía todo y decía que yo era su hija preferida. Pero yo creía que no, porque echaba de menos que me riñera. Como veía que los padres de mis amigos sí les reñían, y que mi padre también reñía a mis hermanos y a mí no, yo pensaba que era que no me quería y que no se preocupaba de mí."
¡Y su padre, tan satisfecho, creyendo que su hijita estaría contentísima, porque él se lo permitía todo y no le regañaba nunca! La niña, sin embargo, hacía otra interpretación del comportamiento de su padre con ella: "echaba de menos que me riñera…, yo pensaba que era que no me quería y que no se preocupaba de mí." Y creció, con ese sentimiento doloroso, encogida, acomplejada, insegura. Como lo es ahora.
¡Ay, padres, padres, que “queréis” tánto a los hijos, que los hacéis desgraciados: egoístas y caprichosos o inseguros y acomplejados!
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