¡A todo gas!
¡Que viene el gas! Esta es la frase que nos predispone a dar la bienvenida a esta mejora en nuestras vidas, en nuestros hogares y en nuestras cocinas. Llegó la hora después de años con el primer amor del infiernillo y el largo romance con la bombona de butano, con su sonido tan peculiar, sus doce quilos y medio de carga más el chasis, que no hay narices en la loma a llevarla unos metros sin desriñonarse, con la amenaza de su siempre puntual subida, sea por el IPC, por la guerra de Irak o porque sí. La imagen de esta hogareña bombona siempre por los rincones de la casa pero que se ha convertido en uno más de la familia, y que cuando dice de acabarse -por lo general, en domingo o festivo- es en el momento de calentarte la leche o hacer la paella, y tienes que salir cortando a buscarte la vida por el extrarradio tras la bombona redentora.
El gas natural, según la presentación oficial de días pasados, está de camino para Totana, y nos lo anuncian como un acontecimiento histórico. Bueno, esto del gas está muy bien pero al tenerlo embotellado y contar con otros elementos caloríficos la mejora resulta menos espectacular. Otra cosa sería que nos anunciaran que nos iba a llegar por las tuberías el vino del Chamones o la leche de El Torrejón.
Algo muy distinto y trascendente fue cuando nos llegó el alumbrado público -el 18 de noviembre de 1856-, con cuarenta faroles y cuatro farolas de aceite, o el suministro eléctrico -el 1 de septiembre de 1904-, que iría sentenciando paulatinamente a candiles, quinqués, palmatorias y petromanes, pero con tantos cortes en el suministro que el pueblo decía que "nos daban la luz a cazos", o como decía la famosa comparsa: "Se ha helado el campo y la naranja/ hemos quedado a pan pedir/ y tenemos que alumbrarnos con un candil". O el agua potable (en los años 50), que puso el pueblo patas arriba -todavía queda polvo por ahí de tanta zanja que abrieron- y era un peligro circular por Totana y encima, al principio, el agua del Taibilla sabía a rayos y la gente decía que "llevaba polvos", así que se siguió recurriendo a los aguadores que repartían sus cargas con el agua de La Carrasca, aunque la última promoción de "aguaores" empezaba a batirse en retirada: el Jeja, el Ojo Toro, el tío Chela, el Corto, la Coja, Simón, el Niño, Joseón, la Pacusa, el Barreno, el tío Pío, el tío Palote, el Trono, el Ponciles, el Mome, la Moma, el Goito, el Tango, el Tengondil, el Lalo -Antonio Cifuentes Rubio, que tiene el honroso título de último aguador de Totana-, el tío Molino, el que llevaba la tina del Ayuntamiento para el servicio de riego por nuestras calles, que aquello formaba parte de la España irredenta, y otros cuyos sonoros y populares nombres no acierto a recordar o a conservar en mis archivos de las cosas de mi pueblo.
No dudo que las obras de instalación del servicio de gas natural reportará beneficios al pueblo, como tampoco me cabe duda de que las zanjas que se avecinan nos van a poner hechos unos zorros, y al final todo será directamente proporcional a los deseos de la población de olvidarse del butano y del coste de meter el gas hasta nuestras cocinas.
Da pena imaginar que, poco a poco, irán desapareciendo muchas cosas de la cultura butanera: el camión con las bombonas, el hombre del butano, las botellas vacías en las puertas de la casa, las quejas del personal cuando se avisa de que la botella acababa de subir cincuenta y cinco pesetas y el consiguiente "¡¡Joder!!" del usuario, el sonido del choque de las botellas...
Está bien lo del gas natural pero nuestras calles y plazas van a perder encanto y animación como nos dé por jubilar la bombona de butano, uno de los iconos más populares que puedan existir en los pueblos españoles. Ya no veremos a nuestros paisanos con pico y pala cavando zanjas rodeados de gente mirando todo el día; ahora serán las máquinas y los inmigrantes los que se harán cargo de este asunto a todo gas. Eso sí, habrá polvo para todos.
Ginés Rosa
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