Cuando los islamitas, vamos, los moros, correteaban por tierras hispanas llevando en jaque a los mal avenidos monarcas leoneses, castellanos, aragoneses y navarros, que no había forma de ponerlos de acuerdo para organizar aquello que se vino en llamar Reconquista por los historiadores modernos, al personal se le hincharon las narices y aprovechando la promoción turística que ya se iba haciendo del Camino de Santiago, tuvieron la ocurrencia de que cada vez que cristianos y moros se liaban a sablazos, que sucedía casi todos los días, pues esta gente tenía la perra con Al-Andalus, aquellos echaron mano de la mercadotecnia de la época y se inventaron el grito de ¡Santiago y cierra España!, invocando al que se conocería como Santiago matamoros, a ver si la morería reculaba y se volvía en sus pateras al norte de África, a rendir cuentas al miramamolín de Marruecos, pues aquí no había forma de conseguir papeles, ni empadronarse ni conseguir trabajo, aunque fuese en la construcción de castillos, que los hacían hasta adosados, más a base de piedras que de ladrillos, eso sí.

Hoy todavía quedan compatriotas –bastantes, diría yo- que, ante la avalancha de ciudadanos moros (dicho sea por mejorarles, aunque sea literariamente, su condición de súbditos y, si me apuran, de vasallos) por nuestros pueblos y ciudades, no tendrían inconveniente en resucitar el grito guerrero y hacer limpia de esta cuestión que, según cuentan los viejas crónicas medievales y los rollos legendarios de la época, tan buenos resultados dio a las huestes cristianas, pues, por lo visto, leído y oído, la morería se meaba a la pata abajo con sólo oír el nombre del santo.

Los totaneros hemos de estar orgullosos de tener un patrón tan milagrero, que ya sacamos en procesión por el pueblo, ya que antes sólo lo bajaban de su camarín del retablo mayor de la iglesia de Santiago cuando le cedía el puesto a Santa Eulalia con motivo de sus fiestas, y lo metían en una habitación, al principio, aunque más tarde, en vista de que aquello era un auténtico feo a tan ilustre santo. el hijo del Zebedeo y Salomé, –nada menos que el discípulo preferido de Jesús-, lo colocaron en el área del altar mayor, devolviéndole así su dignidad y su protagonismo entre el pueblo de Totana.

El ¡Santiago y cierra España! me viene al pensamiento en estos días de agosto en que España, sin el concurso del santo, se cierra en buena parte por la presión de las vacaciones, aunque los moros no dejan de cruzarnos de este a sur y media vuelta (¡buenas nos dejan las cunetas de nuestras carreteras!), sin olvidar el tránsito de sus tomates que se aprovechan de nuestras buenas carreteras con autovías de barakalofi y que, al mismo tiempo, se pongan como se pongan los productores españoles y los cantamañanas de la Unión Europea, pasan los que se les pone por delante, pues la disciplina, las cuotas, los compromisos y esas cosas que rigen el comercio les trae sin cuidado, por no decir que se las trae floja. Pero todo no ha de ser negativo con nuestros vecinos. ¿En plena canícula, dónde consigue usted un ventilador cuando las existencias se han agotado hasta en continentes y cortesingleses? Pues ya sabe: “Barato, paisa, morito vender ventilador cuatro velocidades, paisa. ¿Comprar, sí? Barato, paisa”. Lo que no deja de ser un desagobio a estas alturas y con estos calores tan africanos. Así que seamos comprensivos.

Lo de Santiago cerrando España a cal y canto es, salvando las distancias y otras cosas, como aquello tan conocido de don Miguel de Unamuno cuando no tuvo empacho en decir “¡Que inventen ellos!”. Son frasecitas que han dejado cierto poso en nuestra cultura y que, pese a la lapidaria Europa empieza en los Pirineos, que tiene toda la pinta de habérsele ocurrido a algún gabacho en una noche de truenos, no han impedido nuestra integración en una Europa reticente que nos echó el mochuelo de la Inquisición (como si hubiésemos sido los únicos) y la leyenda negra, todo gracias a que ellos y otros vecinos sin escrúpulos (los hijos de la Gran Bretaña de entonces, por ejemplo) escribieron la historia y se despacharon a su gusto y capricho.

Pese a que todavía colea el espécimen nacional que disfrutaría de ver cerrada España a muchos efectos, invocando a Santiago matamoros, confiemos en que sólo se lleve a cabo mediante el cartelito de “cerrado del tal al tal”, y no por otras cuestiones que últimamente venimos observando en el panorama político nacional, que parece soñar con aquella España una, grande y libre, que todavía cuenta con bastantes forofos.

Ginés Rosa