La vendimia en el recuerdo
A punto de despedir agosto, leo en la prensa: “11.000 temporeros españoles irán este año a la vendimia francesa”. En un instante, por mi memoria han pasado imágenes y recuerdos que me han hecho retroceder cincuenta años, devolviéndome a los tiempos dorados de estas vendimias salvadoras que en aquella España autárquica, todavía soñadora de imperios y sumergida en el pan y fútbol, urgía a saltar los Pirineos, maleta al hombro, con ansias de destajos de sol a sol, para hormiguear hasta el último franco y volver a casa con las divisas redentoras e ir tirando los inviernos y hacer menos penosos aquellos años de gazuza, desabastecimiento y nacionalsindicalismo. La emigración, a costa de nostalgias, desarraigos y sudores, tras el desastre uno, grande y libre, nos echó una mano para ir reconstruyéndonos todos, España y los españoles, y sacar los pies del plato, que buena falta nos hacía.
Familias enteras, pueblos enteros, comarcas casi al pleno, gentes de Despeñaperros para abajo, no tuvieron más remedio que dirigir la mirada y la esperanza maltrecha hacia el Norte y sumarse al gran fenómeno social de la vendimia francesa, que, puestos a agacharse y a estirarse, encontraba su continuidad con otros frutos en sazón.
Para nosotros la noticia se completa con el dato de que “700 de ellos proceden de la Región de Murcia”. Los lugares de destino son de sobra conocidos por cuantos tuvieron en la vendimia francesa el origen de un bienestar imposible en las tierras patrias por el escuálido panorama que se nos trazó tras la contienda civil. Regiones como Languedoc-Roussillon, en el Midi, con ciudades tan ligadas a nuestra emigración como Montpellier, Perpignan, Beziers, Carcassonne…,
que los años convirtieron en familiares y muy ligadas a tantas familias totaneras que encontraron refugio y acomodo en las campiñas francesas.
El personal regresaba contento, algo maltrecho de ingles pero ya familiarizados con las imágenes de Luis XIV y el cardenal Richelieu, los tíos de más relumbre histórico que aparecían en los billetes de banco franceses, que iban a parar a bancos españoles que destacaban a su personal más simpático y recolector, no precisamente de uva, para “prestar un servicio” a nuestros emigrantes y tener los francos a buen recaudo, para que no los metieran en un calcetín o debajo de la losa de una de las patas de la cama de la maison.
Aquellos sí que eran contratos de trabajo con el patrón, pues nadie se atrevía a cruzar La Junquera o Portbou sin papeles, no como ahora que, dicho sea con todos mis respetos, es una inmigración de indocumentados a la desesperada y sálvese el que pueda.
La bucólica vendimia francesa, como las ensordecedoras fábricas alemanas, están en el epicentro de buena parte de nuestro resurgir económico y en no menos proporción del nivel de espabilamiento y cultura europea que medio siglo atrás se iniciara en centenares de familias que se acogieron a la triste y desprestigiada condición de emigrante pero que, a cambio, conocieron y aceptaron otras geografías, otras costumbres, otras solidaridades y otras lenguas.
Corren ya otros tiempos muy distintos a aquellos en que nuestros emigrantes –boina, maleta de cartón y paquetes bien apestillados de cuerda- hacían cada vez más populares y antológicos los versos de Juanito Valderrama con su “adiós mi España quería, dentro de mi alma te llevo metía” que puso en solfa la España emigrante por la Europa que empezaba a ser comunitaria en 1957. Hoy la prensa francesa echa de menos “las antiguas y alegres cuadrillas de vendimiadores españoles” que, aparte de recogerles las uvas a los gabachos, les dejaban en el ambiente buenos y variados sabores folklóricos de esta España cañí que llevamos en la sangre y que en algunas noches de nostalgias hispanas se enganchaban a la guitarra y al cante como el que se aferra a la tierra que le vio nacer.
La vendimia francesa ya no es lo que era. Ni los españoles, en su mayoría, tampoco. En todo caso, forma parte de nuestra historia social y económica, lo que no es poco. A punto de levantarse el telón de la vendimia en los campos de la vecina Francia, vaya nuestro recuerdo para los totaneros que tomaron parte en esta actividad que contribuyó a dulcificar y aliviar el panorama humano en aquellos tiempos duros y difíciles.
Ginés Rosa
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