La desmemoria histórica
Ya tenemos aquí la gran polémica nacional que va a producir enormes cantidades de alpiste diario para dar alimento a los canoros amantes de socorridas banderías, rifirrafes de larga duración, tirada de trastos y revolcones dialécticos, porque, como dicen en mi pueblo, aquí hay pan y con qué comérselo; alimento para algunos políticos tan empeñados en asegurar y vender, en una espuria y hasta impúdica búsqueda del voto, que España se rompe, se resquebraja y se fractura, que los que la están rompiendo, resquebrajando y fracturando son ellos exclusivamente con su contumacia, su agorerismo y su escatología. La ley de la memoria histórica está a punto de recorrer las arterias y los entresijos de un país que, a pesar de lo mucho avanzado y ganado desde la transición, todavía hace bueno los versos de Machado:
Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios, una de las dos Españas ha de helarte el corazón .
Esta Ley, de la que cabe discrepar con absoluta normalidad, faltaría más, la van malvendiendo los desmemoriados como si de abrir las viejas heridas se tratase, cuando, a mi juicio, expresa la necesidad de asumir de una vez que se reconozca la dignidad de los perdedores, los honores mancillados, en fin, la humillación republicana, heredada por media España y todavía pendiente de reconocimiento, en un conflicto donde no hubo malos y buenos, sino malos y malos (unos, a veces, más que otros, desde luego). La condena del franquismo, llevada ya a cabo por Europa en sus foros, sólo sería un paso natural más de los anteriormente dados en las condenas del nazismo, el fascismo, el estalinismo, el pinochetismo y algunos ismos o personajes que se hicieron acreedores a su condena, lista que, por desgracia, siempre se va renovando. Así que, aclarémonos, más que reabrir heridas se trata de cerrarlas, como el capítulo, y todos en paz, señores desmemoriados.
Estamos de acuerdo en que la Ley de la memoria histórica tendrá sus agujeros, sus goteras y sus escapes de gas y que a muchos no les entusiasmará el asunto pero a estas imperfecciones y averías hay que hacerles frente participando en sus debates con herramientas y argumentos de recibo, no dándole la espalda y lo de más abajo, como hacen los desmemoriados, que no quieren ni entrar a discutirla, lo que, a mi juicio, me parece un lamentable desprecio en la búsqueda de la justicia, propio de los herederos en línea directa del pensamiento de aquellos que no tuvieron reparo en falsear la Historia y perseguir de forma implacable al bando perdedor, al que le aguardó una posguerra casi peor que el propio conflicto bélico. Semejante actitud ante la guerra que más bibliografía ha producido en el mundo y de la que todavía queda bastante personal circulando, me parece abominable, como el sufrimiento infringido a posteriori a los que tuvieron el honor de perder.
A los desmemoriados no les interesa ni les conviene que una Ley promovida por la izquierda (¡vade retro!) les sitúe en una posición equivalente a la de los republicanos, vamos, a los rojos, que, según la Historia, que siempre la escriben los vencedores (y así va la Historia hasta que se recompone con el paso de tiempo), fueron lo más parecido al diablo, no en vano en los manuales escolares de la posguerra dibujaban a los republicanos con rabo, cuernos y algunos hasta con el tridente, mientras los del bando nacional llevaban aureolas sobre sus cabezas, signo de santidad, iban con corbata, y los niños llevaban siempre el ángel de la guarda a su vera, para acompañarlos en los pasos de peatones, y evitando que se juntaran con los niños rojos, que llevaban la cara muy sucia y no se sabían el catecismo del padre Ripalda.
La Iglesia española, por su parte, ay que ver qué coincidencias, prepara para estos días en Roma la beatificación de centenares de sacerdotes y religiosos, ascendidos ya a la categoría de mártires, pues, como todo el mundo sabe, no hubo ningún mártir rojo, asesinados por los republicanos, tal como se hacía a la inversa con otros ciudadanos por haber permanecido fieles a la legalidad de la República, el clásico juego macabro de una guerra civil. Sin duda, la coincidencia dará que hablar, no en vano el episcopado español en pleno y demás tropa eclesial saludaba a Franco brazo en alto cantando el Cara al sol, bautizó como Cruzada a la guerra civil y le ponía el palio a don Francisco para que entrara en las catedrales como si fuera un socio o un pariente de la divinidad. O sea, que tendremos junco y caña verde con esta Ley que los desmemoriados rechazan por oportunismo político y porque, sencillamente, conservan mucho del legado de los que dieron el triste golpe de estado de 1936.
Pero, no quisiera equivocarme, a los desmemoriados la Historia les suele arreglar el cuerpo y el ánima. En este lamentable juego de la desproporción, en el que los desmemoriados son auténticos maestros, una vez más comprobamos que hay quien sigue empeñado en mantener las patrañas apañadas durante cuarenta años, en no estar ni juntos ni revueltos, sino cada mochuelo en su olivo, cada uno en su casa pero Dios mejor en la de ellos.
Ginés Rosa
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