El Plan nuestro de cada día
Cuando me dispongo a redactar este artículo, he sido presa de una gran preocupación, por no decir que tengo literalmente los pelos de punta, y no es para menos, En mi pueblo, Totana, según leí días atrás, el alcalde, refiriéndose a la actividad futura en el municipio, afirma que en el presente ejercicio (si la Santísima Trinidad no lo remedia, pues se necesitaría Dios y ayuda para saltarse esta cósmica mayoría absoluta) va a ser aprobado el famoso Plan General de Ordenación Urbana, tan famoso que habría que llevarlo a los programas de la tele, donde sacaría un pastón por tantas historias y chismografía que tiene que contar desde su gestación.
Eludo referirme a la contestación técnica, popular, política y ética que ha suscitado el susodicho Plan -para eso están las hemerotecas, las páginas “güeb” y las conciencias-, que sería silenciado en la pasada campaña electoral por el partido ganador, por todos los sambenitos y lindezas que le adornaban, pero, en cambio, sí se hizo deslizar el peligro que corría esta población (y sus pobladores) si se dejaba de edificar, como si eso no tuviera nada que ver con el Plan de marras o fuese consustancial a una victoria de la izquierda, mismamente.
Y que conste, una vez más, y vaya esto para algunas mentes obtusas, que sólo me estoy refiriendo a esos programas constructivos que van más allá de lo que tiene una incidencia cotidiana y que aconseja el ritmo de un desarrollo controlado, eso que los gobernantes totaneros llaman ahora “desarrollo sostenible”, como así han rebautizado a una de sus concejalías (¡Jesús, qué cosas hay que oír!), después de haberse dado con todo el manojo de los convenios urbanísticos.
Pero mi sorpresa no acaba aquí, cuando leo que el alcalde de Totana se ha dirigido por carta a más de 800 totaneros o de origen totanero residentes en el extranjero, expresando “su deseo de hacerles partícipes del proyecto de diseño de futuro de esta ciudad para los próximos años”, mientras el PGOU cuenta con más de 3.000 alegaciones, por parte de los ciudadanos de este pueblo, que están a verlas venir. No sé en qué fuentes ético-filosóficas de la comunicación se habrá inspirado nuestro alcalde para llevar a cabo semejante iniciativa, llevando el Plan a cuestas, que preside, abriendo marcha con banda de cornetas y tambores y cerrando el cortejo con música penitencial –con las notas de “Martirio”, del maestro Marín- y la Cofradía del Preciosísimo Ladrillo, al corriente de sus cuotas y, por ende, portando contundentes cirios.
Por idéntico sistema, le propongo al alcalde de Totana que, llegado su tiempo, lo que llamaríamos el adviento gastronómico, se dirija a los mismos totaneros residentes en el extranjero para preguntarles cómo prefieren la próxima paella que el equipo de gobierno ofrecerá al pueblo soberano en la plaza de la Balsa Vieja o en La Santa, si de conejo o mixta, porque ellos podrían venir a catarla, con transporte subvencionado, ya se sabe lo infames que son las paellas que se hacen allende los Pirineos; o preguntarles in situ qué opinan sobre lo que se quiere construir encima del yacimiento arqueológico de Las Cabezuelas, que si adosados, que si viviendas protegidas, de alquiler o la propia nueva concejalía de la cosa sostenible.
En vista del alto nivel de comunicación, y puesto que la Concejalía de Participación Ciudadana organiza cursos, uno de los últimos de árabe coloquial, bienvenido sea si sirviera para algo dedicar unos días a lengua tan hermosa y complicada para buscar puntos de encuentro con la morería (soy un entusiasta de esa lengua, de su música y de sus canciones, que conste), yo organizaría un curso para la Concejalía de Urbanismo y promotores urbanísticos sobre “Cómo no hay que construir en nuestro pueblo para no empeorarlo todavía más” o “Urbanismo ramplón de farolas de globo, ¡no, gracias!”, y cosas así tan edificantes.
Habría tanto que decir sobre el Plan nuestro de cada día que, para simplificar, sugiero a los que nos gobiernan que el Ayuntamiento informe cómo quedan las miles de alegaciones de los totaneros, a ser posible en carta del señor alcalde, si a bien lo tuviera (sólo serían 2.200 más que las otras y de entrega rápida), que para eso se han molestado en presentarlas, sin funcionarios que les echen una mano. Eso sí que sería un acto democrático, plural y, hasta si lo quieren y sólo por esta vez, uno, grande y libre.
Ginés Rosa
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