Las calles de los generales
Por Internet circulan no pocas páginas denunciando la permanencia de símbolos y nombres del régimen franquista en varios municipios murcianos, como los nombres de seis generales enquistados en nuestro callejero estrechamente relacionados con las negras páginas de nuestra guerra civil o, si lo prefieren, "la cruzada", la gran operación del marketing religioso nacional y regalo de la Iglesia española, brazo en alto, a la causa de la rebelión militar.
Totana es uno de esos pueblos donde una serie de generales continúan ganando batallas de aquel desdichado conflicto que no finiquitó cuando callaron las armas, puesto que la represión que vino a continuación fue casi más virulenta al producirse en aparente periodo de paz.
Hay que decir que esta situación se mantiene gracias a que los partidos políticos de este pueblo (todos y cada uno de ellos, PP, PSOE e Izquierda Unida) se hicieron el longui en este asunto, manteniendo a estos generales en el estrellato en nuestras calles. Con la particularidad de que, en la actual legislatura, en una acción extremadamente sutil que limpia, fija y da esplendor, como la Academia de la Lengua, la Concejalía de Participación Ciudadana y Relaciones Vecinales organizó un curioso plebiscito, entre octubre y noviembre de 2004, preguntando a los vecinos si querían cambiar o no los nombres de las calles de los seis generales, un teniente y tres civiles, a ver si sonaba la flauta y se cargaban los vecinos con el mochuelo del cambio.
Recuerdo el resultado: de 325 vecinos afectados en diez calles, respondieron 235, de los cuales 228 dijeron que nones y 7 que de acuerdo. Claro que este insólito referéndum, con todas las papeletas para llevarlo al libro Guinness de records, como nuestro ya mundialmente famoso roscón de reyes, podría haber sido calificado de no tan insólito si este tipo de consulta fuese una práctica habitual municipal para, por ejemplo, preguntar a los vecinos si les parece bien o no los nombres que van poniendo a las nuevas calles, o qué opinan (sí o no) de las recalificaciones de terreno que dan entrada libre a excavadoras y palas para sembrar los alrededores del pueblo de urbanizaciones milenarias (de miles de casas, quiero decir), o, también por ejemplo, sobre el sentido del tráfico de nuestras calles, todos ellos aspectos sobre los que el pueblo soberano podría opinar para producir exactamente lo que se dijo al final de este peculiar plebiscito: "un mandato expresado democráticamente". Sí, señor. Pero yo añadiría "expresado cómodamente", pues a muy pocos (en este caso, sólo a siete) les entusiasman los follones que supone cambiar el nombre de la calle donde vive.
A mi juicio, el nombre de una calle debe reflejar el agradecimiento o la ejemplaridad por la trayectoria de una persona o de sucesos dignos de recordar. En este caso se da fe de los nombres de quienes se liaron a tiros con el régimen democráticamente establecido (tres de ellos llevan la etiqueta de generales sublevados), glorificaron el golpe de Estado, organizaron la guerra y bendijeron la represión y la dictadura. Todo esto, qué quieren que les diga, habría que quitárnoslo de en medio y cambiarlos por nombres de totaneros ilustres, que los tenemos, o de aspectos relacionados con Totana. ¿Por cuánto tiempo, y para más inri, seguirá siendo este asunto una batalla perdida?
Corren días en los que miles de ex-presos políticos republicanos, entre ellos algunos totaneros, que arrastraron su miseria física y su mancillada humanidad por campos de concentración y batallones de trabajo durante los años siguientes al final de la guerra, han de enfrentarse con la fría burocracia de un Decreto de nuestra Comunidad Autónoma que se brinda a indemnizarlos (cuatro perras en comparación con el alto coste del enorme sufrimiento) pero a cambio de demostrar con papeles (perdidos la mayoría de ellos) las fechas de principio y fin de su calvario (necesariamente, las dos y como mínimo un periodo de seis meses), con lo que parece no haber acabado su cautiverio.
En estas circunstancias, conservar los nombres de las calles de los generales, al margen de su luctuoso significado, nos parece una burla y un insulto hacia los que andan de Herodes a Pilatos en busca de los papeles de su cautiverio para acogerse a un reconocimiento económico cuyo principal valor sería el de borrar en cierto modo el escarnio y el oprobio sufridos por sus respetables ideas políticas y recobrar la dignidad sustraída.
Ginés Rosa
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