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Navidad: de la capaza al carrito (Ginés Rosa)
Ya está aquí la Navidad, la gran cita del consumo. Pasado ya el “Día Nacional de la Salud”, bajo el síndrome de la cristiana resignación de millones de españoles esperanzados en la lotería, optando por refugiarse en la salud y hasta el año que viene, si Dios quiere, quien más quien menos, siguiendo el implacable bombardeo publicitario, hizo sus kilómetros de pasillos con el carrito de la compra, versión metálica de la capaza de viejos tiempos, cuando no teníamos tanto apetito, ni había tanto que mercar ni tanta viruta para gastar, y todo cabía en una simple capaza, mientras ahora se necesita el capó del coche, la familia en cadena para la manipulación de las bolsas y un frigorífico así de grande para atiborrarlo de calorías al cuerpo y de extrañas cosas que se adquieren para dar un toque de exotismo a la mesa, vengan bombas, buen provecho y salga el sol por Antequera.
El resultado, aparte del peso que se coge, vamos, de lo que se engorda, es que cada ciudadano medio genera estas fechas más de un kilo de basura doméstica diaria, olvidándonos de lo sano y recurrente que era el encebollao de Navidad, la sopa con higadillos y picatostes y el guiso con pelotas para un par de días, que hemos ido viendo cómo desaparecían de nuestros fogones, de nuestras dietas, de nuestras mesas y en poco tiempo de nuestra memoria.
Estas fiestas apenas se notaban en la basura, ya que todo iba al mismo sitio y no se tiraban ni las hojas del almanaque, no como ahora que entre árboles, adornos navideños, televisores, maquinas, ropa, muebles auxiliares, juguetes, papeles de regalo, cajas, postales, revistas, se llenan las calles con nuestra capacidad de derroche, mientras otros ciudadanos, bastante menos agraciados, se dedican a hurgar en contenedores, cajas y montañas de restos dejados por los que están hartos y hacer valer la cadena trófica y patrimonial que tan bien funciona. Es, sencillamente, la Navidad de los desequilibrios y de los extremos, que va de los mejores momentos para unos a los peores, seguramente, para otros.
Pero en Totana, pese a los nuevos tiempos y a tanta presión mediática, todavía perduran signos, escenas y sabores de otros tiempos, cuando la Navidad era menos artificial, poco escenográfica y nada televisiva. Navidad de las cosas populares, cuando no te machacaban los oídos con las ofertas de móviles y se anunciaban los salchichones y la sidra con panderetas, relegada hoy a posiciones más discretas por los anuncios del cava con tías ligeras de ropa, que ya purgó su catalanidad por el mareo del Estatuto. Y, encima, ese poco afortunado invento del Papá Noel trepando por el balcón, el colmo.
Pero nos quedan las cuadrillas de Navidad. Antes, de zagal, escuchaba por las calles aquello de “Con una pluma de ave y un pedazo de papel, con la sangre de mis venas, morena mía yo te escribiré, para entrarle luego al famoso estribillo No te vayas, no te vayas a Orihuela, no te vayas que me puedes olvidar....” Tan poco viajábamos, que Orihuela quedaba al otro lado del mapa. Y recorríamos las calles y las casas amigas pidiendo el “aguilando”, como hacen en México los mariachis pidiendo “posada”, que en estas cuestiones musicales nos parecemos mucho, aunque sin violines.
Ahora, en puesto de ir a felicitar las Pascuas y pedir el aguilando (“A tu puerta hemos llegado cuatrocientos en cuadrilla”), se felicita por el móvil y si no está el personal, pues se deja un mensaje por 0,25€. Las olivas y el tomate partío de toda la vida conviven ya en las mesas con los langostinos y los dátiles con beicon, productos que con las hipotecas nos han traído los nuevos tiempos.
En un pueblo donde todavía elaboran liaos, mantecados, cordiales, y tortas de Pascua, se sacan del aparador las copichuelas clásicas para la coñá y el ponche, se toca la pandereta como en pocos sitios, se menea la postiza, se redobla la castañeta y se manejan todas las cuerdas, se llena la mesa con salao y dulce de cosas de la tierra, y se le desliza a uno la lágrima cantando “Campanitas, que vais repicando...,” la Navidad sigue conservando el aire entrañable, popular y familiar de tiempos pasados, pese a los que se empeñan en inundarnos de tópicos, incitarnos al gasto desaforado, llenar los medios de comunicación de felicitaciones de esa especie que llaman “famosos”, de recetas…, como si todo eso contribuyera a una Navidad mejor.
¡Felices Pascuas!
Ginés Rosa