Compartiendo el gozo por la celebración del cincuenta aniversario de la ordenación sacerdotal del padre Pedro Hernández
Juan Cánovas Mulero
En el año 1970 Pedro Hernández Cañizares era ordenado presbítero en Alicante por Monseñor Vicente Roig y Villalba, obispo capuchino de Valledupar. Se hacía realidad un sueño preparado con ilusión y esperanza desde 1954 cuando ingresaba en el Seminario Seráfico de Masamagrell, con nueve años de edad. Una adolescencia y juventud forjada en el camino capuchino, impregnada de la vida comunitaria en torno a los valores que definieran el quehacer de san Francisco de Asís y que sus «hijos» asumen en intensidad, apostando por el encuentro fraternal, por el compromiso cercano y solidario.
Aquellos primeros destellos de confianza en el Señor, en la misión que se le encomendaba, se han ido aquilatando en una activa presencia en tareas de diversa responsabilidad dentro de la provincia capuchina de Valencia, primando su ofrecimiento y abnegación a Totana, en donde cursó, entre los años 1962 y 1965, estudios de filosofía, encontrando entonces una población y unas gentes con las que se ha sentido hondamente identificado. Con posterioridad, en diferentes periodos en los que el padre Pedro ha desarrollado su ministerio en esta tierra del valle del Guadalentín, en donde continúa en tan valioso empeño, se ha ido fraguando una relación de fidelidad, veneración y cariño a su ministerio, a la dedicación al proyecto evangélico en el que se encuadra su andadura sacerdotal. Esta entrega vocacional ha sido fertilizada con la gratitud y consideración, expresión de ese sentir es el nombramiento de «Hijo Adoptivo» de Totana. Pero, además, estos vínculos recíprocos de afecto y aprecio han hecho posible que la ciudad viva con jovial alegría la celebración del cincuenta aniversario de su ordenación, un acto que debería haberse oficiado el pasado año pero que la adversa realidad sanitaria lo impidió.
En el contexto de la «nueva normalidad», con las prevenciones oportunas, el pasado viernes 22 de octubre tenía lugar la solemne Eucaristía de acción de gracias por toda una vida de dedicación al sacerdocio, reconociéndole su consagración durante más de treinta años a nuestra localidad, pero también su fecunda labor pastoral y su apuesta en favor de la cultura de esta tierra, unida íntimamente al preciado legado con que la orden capuchina ha bendecido a este municipio.
Vaya desde aquí la afirmación a esa acción que mantiene vivo el espíritu franciscano, que alienta la vida parroquial de la comunidad de Las Tres Avemarías, que exhorta el referente del venerado espacio del Convento en el discurrir histórico de Totana…, deseándole los mejores parabienes en el proyecto de fe y fidelidad a la Iglesia que ha animado sus pasos. Gracias también por el excelente estudio que, publicado en el año 2000, conforma la trilogía sobre «Los Frailes Capuchinos en Totana. 1899-1936», una obra de excepcional mérito, rigurosamente documentada y de alto valor científico, una fuente primaria que nos permite adentrarnos en tan copiosa trayectoria.