Un cuento que no es de Navidad

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Un cuento que no es de Navidad

Andaba un día el conde Lucanor pesaroso por si perdía sus riquezas y se convertía en un pobre. Qué puedo hacer para quitarme este pesar, le pregunta a Patronio, su consejero. Este le cuenta la historia del hombre caído en desgracia que solo tiene para comer amargos altramuces. Mientras se los comía, lamentándose de su desdicha y recordando lo rico que había sido, ve a otro que recogía las cáscaras que él tiraba y que aún había sido más rico que él. O sea, le venía a decir Patronio, que se tenía que conformar con lo que le tocara y dar gracias a Dios. La moraleja iba más allá: Por padecer pobreza nunca os desaniméis,/ porque otros más pobres un día encontraréis. O sea, que mientras haya otros que estén peor nos tenemos que dar por satisfechos. No sé yo esta moraleja de alegrarnos porque otros estén peor.

Hay más elementos extraños en este cuentecillo. Por ejemplo, que un rico se preocupara de su propia pobreza pero fuera ciego a la pobreza de los demás. Hay que decir en su descargo que entonces la sociedad era estamental, o sea, que cada uno era lo que era por nacimiento y allí se tenía que quedar. Ahora nos dicen que ascendemos según nuestros méritos y todos podemos llegar a lo más alto (uy, otro cuento).

Ya en la escuela, cuando nos tocó leer por obligación los cuentos del conde Lucanor, me preguntaba por qué el segundo pobre no cogía él mismo los altramuces para no tener que comerse las cáscaras que se me figuraba lo peor. Es que suponía que un altramuz era como una bellota (imagínate comerse la cáscara de una bellota) cuando en realidad es una legumbre y la cáscara sería la vaina. Por eso, pensaba también, que los altramuces crecían silvestres y eran de quien los cogía y no de alguien que los había cultivado y no iba a permitir que se los robaran.

La cuestión era que por no haber buscado qué era un altramuz en el diccionario (tal vez no tuviera uno a mano y me inventaba los significados) menospreciaba a los dos ricos venidos a menos por su falta de coraje. Yo era una muchacha educada en un ideario trumpista de triunfadores y perdedores. Esos dos eran unos perdedores, el uno por quejarse y no dedicarse a trabajar para mejorar su alimentación, y el otro por no ser capaz ni de ir al matorral y coger sus propios altramuces.

No me gustaba el cuento por la resignación de los personajes, me habría gustado más que hubieran luchado para mudar su pobreza. Pero ahora, al releerlo, me ha emocionado pensar que estaba leyendo lo mismo que otros escucharon en las plazas patrias allá por el siglo XIV. (¿Qué tendremos que ver con aquella gente?)

Y otra cosa, ¿no os parece que a este cuento que se contaba en la Edad Media, y antes, todavía se le puede sacar su lección en la sociedad actual? Lo digo por el tema de esos que se preocupan obsesivamente de aumentar su propia riqueza y son ajenos a la pobreza de la mayoría; de esos otros que se sientan a ver qué pasa confiando en una solución mágica a sus problemas; de que tantas veces, por mucho que quieras no puedes; de que estamos a merced del azar y apenas podemos jugar si nos tocan malas cartas; de que siempre habrá condes y vasallos; de que nos cuentan un cuento y nos lo creemos.

Hala, que lo paséis bien rascando con el mango del tenedor la botella de anís, comiendo cordiales, langostinos y embutidos ibéricos (cuidado con el cuchillo jamonero). También, portaos como es debido si queréis que os echen algo los Reyes Magos. Y si me lo permitís, una advertencia: no habléis de politiqueos en las reuniones familiares, ni de feminismo, ni de la deuda del ayuntamiento, ni de que los jóvenes de ahora son unos flojos y os quedéis mirando a los sobrinos.

Como cantaba Peret en 1974, Canta y sé feliz, que ya vendrá el fin del mundo cuando toque si es que nos toca contemplarlo. (Por cierto, cómo chillaban las señoras del coro en la actuación de Eurovisión del gran Peret).

Dolores Lario

Un cuento que no es de Navidad, Foto 1
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