Azorín, escritor de la generación del 98, escribía artículos de impecable estilo, siempre con un talante amable y comprensivo. Lo elijo de modelo para describir el paseo de esta mañana por Totana.
Es la mañana de un domingo del mes de junio. Salgo a pasear temprano para disfrutar del fresco mañanero. Las calles están tranquilas, con poca gente, algunos coches circulan con paso ralentizado. Muchos totaneros duermen todavía, otros, somnolientos, dan vueltas en la cama remoloneando, sin prisas ni despertadores.
Los vencejos me acompañan durante todo el paseo. Parece que este año hubiera más vencejos y menos golondrinas. Dan vueltas en bandadas, veloces, escandalosos. Con su algarabía alegran el cielo. Al principio de la primavera me pareció que había menos pájaros migrantes que otras primaveras. Pero no, ya están todos. Es un alivio que hayan vuelto de nuestros aleros sus nidos a colgar.
El cielo no es tan azul como corresponde en el comienzo del verano. Unas nubecillas ligeras, ya sabéis de las que parecen plumas deshilachadas, lo cruzan todas en el mismo sentido, de este a oeste; y unos cuantas estelas de avión cuartean las líneas de norte a sur
.
Llego a la plaza. El sol amarillea los ladrillos de la fachada de la iglesia. El repique de las campanas nos acompaña llamando a los fieles a la primera misa. Mis oídos escuchan las mismas campanas que los de mis antepasados hace un siglo, y dos, y tres.
Las jacarandas, pujantes, estampan sus sombras en la parte baja del muro de la iglesia. Aunque este año las podaran sin miramientos justo antes de florecer y nos privaran del disfrute de sus inflorescencias azules y violetas (he dicho sin acritud).
Una mujer de corta estatura se apresura para llegar a tiempo a misa. Pasa sin mirar a la mendicante que se sienta en el suelo del portón de la iglesia
Sigo caminando por las calles más céntricas, paso debajo del más bello enrejado de balcón de buche de paloma de nuestra ciudad. ¡Qué bien definido el negro de las rejas sobre el blanco de la fachada!
Después bajo hacia las orillas de la rambla y me encuentro con otro espectáculo, a estas horas en su máximo esplendor: las flores rosas de los brachichitos tapizan el suelo. Todavía sin pisar, intocadas.
Cielo protector, temperatura ideal, luz, sosiego, pájaros, campanas, flores…
Esta mañana todo está bien. Y sí, a pesar de todo te sigo queriendo, Totana.
Dolores Lario