Una clienta me recrimina que no le quiera cambiar una almohada que ha usado una noche. Me dice que ha sido tonta por comprar en el comercio local porque en Internet ya se la habrían cambiado. Me dice que el comercio local es peor, más atrasado. Sus palabras me disgustan tanto como ella lo está. Le explico que comprando en esos sitios donde admiten los cambios se corre el riesgo de que le vendan un producto usado como nuevo. Le digo que no se puede cambiar para garantizar su higiene. A la clienta le da igual mi argumentación, lo único que quiere es recuperar su dinero. Le sugiero que le dé más oportunidades a la almohada. Me dice que no puede ir enferma a trabajar como esta mañana porque la almohada la ha enfermado durante la noche. Es una apreciación falsa por exagerada, pero tengo que callar ante el axioma de que el cliente siempre tiene razón (Axioma: proposición tan clara y evidente que se admite sin demostración).
Ella avala su opinión diciendo que a su pareja le ha pasado lo mismo. Seguramente los dos han hablado esta mañana y se han puesto de acuerdo en que la almohada era la causa de su malestar. ¿Tanta es su compenetración que son como gemelos y los dos tienen idénticos síntomas físicos por compartir una almohada? Sé que la almohada es buena, solo que ellos han decidido que sea la culpable de su miedo y su incertidumbre ante lo nuevo porque se han ido a vivir a otra casa.
No le cambié la almohada. Las consecuencias fueron negativas: perdí una clienta y las dos nos quedamos disgustadas.
Dos moralejas:
1-Observo a menudo cómo las nimiedades nos comen.
2-Los que vendemos no tendremos razón, pero sí tenemos sentimientos.
Dolores Lario