El tema del cambio climático genera controversias y actitudes varias. Enumero algunas:
Los de derechas lo niegan, los de izquierdas exageran.
Los particulares no pueden cambiarlo porque es cosa de las grandes corporaciones económicas y de poder.
Son los políticos lo que tienen que solucionarlo con normas y leyes, no es cosa de la ciudadanía.
Otros se acogen a la lucha de clases: los ricos con aviones y yates privados despilfarran mucho más que yo. Que empiecen ellos.
Hay quienes son conscientes del cambio climático pero se escaquean de su compromiso en cuanto interfiere en su comodidad o en su bolsillo. (Aquí somos muchos)
Están los que dicen: a mí ya no me afectará de pleno, que arreé el que venga detrás.
A otros les afecta tanto este problema que prefieren ignorarlo. Se excusan diciendo soy demasiado sensible, no puedo con tanto, en nada ayudo con mi sufrimiento.
Los confiados optimistas dicen: los humanos estamos destruyendo el planeta pero seguro que los científicos, o las máquinas, o la inteligencia artificial lo arreglará.
Las personas piadosas exclaman: que sea lo que Dios quiera.
Y luego están los que aceptan la inevitabilidad de nuestro futuro: la especie humana se extinguirá y la tierra se regenerará sola.
Mientras tanto, a pesar de que repitamos asustados que este verano nos vamos a morir de calor, seguimos con las duchas largas, comiendo sandía y aguacates fuera de temporada, llenando hasta el borde la piscina (¿cuántas piscinas hay en nuestro municipio? seguro que más de cien), enchufando el aire acondicionado en cuando decimos uf, qué calor, porque ya no tenemos paciencia para aclimatarnos y nos parece grosero sudar. Seguimos yendo el sábado al centro comercial, tan climatizado e iluminado, petado de productos inútiles, a comprarnos la camiseta número 16 de esta temporada. Continuamos planeando nuestro viaje en avión a una playa lejanísima con las mismas prestaciones que las playas de aquí al lado, o queremos irnos de crucero, un inmenso defecador de basura y contaminación. Seguimos llevando a los niños a la escuela en coche porque no tenemos tiempo ni ganas de ir andando. Tiramos comida válida porque se ha pasado la fecha de consumo preferente, porque no nos apetece comer de eso, está maduro, está feo, o no hemos planificado la compra y hemos comprado de más, o lo que no nos hacía falta. Porque somos las más limpias, las más blancas, las más desinfectadas, seguimos contaminando abusivamente con todo tipo de productos químicos el agua clara que sale del grifo. Engullimos carne todos los días porque quiero, me gusta, puedo y soy libre para hacerlo aunque sea contraproducente para la salud de nuestro cuerpo, para los animales y para el planeta. Tiramos papel, plástico, medicinas, pilas, aceite, botes de cristal, cables, aparatos electrónicos y lo que nos salga a la basura porque qué pereza separarlos, etc.
No sigo. Cada cual que añada a su lista y recapacite sobre sus actos.
Escucha, yo es que entre que todo ha subido menos los sueldos (esto es lo que menos nos debe preocupar según los expertos), que nos vamos a achicharrar de calor y sequía por el cambio climático, y que la inteligencia artificial va a mudar el mundo que conocemos en un plazo de cinco años, sin tener ni idea de adónde nos va a llevar el cambio, vivo en un sinvivir.
Dolores Lario