El pasado 9 de diciembre nos dejó mi tía Águeda, mujer excepcional y muy querida entre todos aquellos que tuvimos la oportunidad de conocerla. "Lo esencial es invisible a los ojos", esta célebre frase del Principito, encaja perfectamente con ella. El Señor, la privó desde muy pequeña de poder ver con los ojos, pero ella era capaz, con esa sensibilidad que tenía, de poder ver a través del corazón. Siempre, siempre, la tendremos presente en nuestro recuerdo, como una persona buena, una gran persona: amable, llena de bondad y generosa; siempre dispuesta a agradar a todo el mundo.
La delicadeza y finura de sus manos al tocar minuciosamente todo aquello que sus ojos no podían ver, la hacían capaz de sentir y notar lo que a nosotros, aún pudiendo ver se nos escapaba de la vista.
Ha sido muy feliz, ha disfrutado, dentro de sus posibilidades y limitaciones propias de ser una mujer invidente, de la vida: se ha hecho pequeña con los niños, a los que adoraba, joven con los jóvenes y adulta y mayor, cuando ha tenido que serlo. Ha reído, ha bailado, y ha sabido adaptarse a todo y a todos, según las circunstancias. Le encantaba escuchar a todo aquel que se le acercaba, y sus palabras siempre agradaban el corazón. Siendo así de feliz, ha procurado siempre, hacer felices a los que la han rodeado: a su marido Nino, el amor de su vida, a su familia y amigos. Y qué decir de la gran Fe que tenía. La sensatez de sus palabras y actos, eran fiel reflejo de sus cimentadas convicciones religiosas. Y es que, ha sido una buena cristiana movida por el fervor y la devoción.
Y ha sido al final de sus días, cuando al flaquear su salud y atacar el maldito virus tan de lleno, cuando aceptó con total resignación, Fe y entereza la voluntad de Dios: es ahí cuando se puso en sus manos. Con la sabiduría que siempre la caracterizó, se fue despidiendo de cada uno de sus seres queridos, antes de encontrarse de lleno con la soledad y el aislamiento propio de esta maldita enfermedad.
Para los que tenemos Fe, mi tía Águeda ya está disfrutando de la presencia del Señor, y sus ojos por fin, le han podido ver. Ahora, desde el Cielo, sabemos que intercederá por todos nosotros, su familia y amigos; y queremos que sepa que, siempre, siempre, estará en nuestro recuerdo y en nuestro corazón. ¡ Hasta siempre !