03/09/2020. Quién iba a pensar que después de los años vividos y ya en la etapa final de sus vidas, nuestros mayores iban a tener que vivir de nuevo con la indefensión y el miedo.
En esta, nuestra sociedad moderna y desarrollada, muchos de nuestros mayores ya se enfrentaban cada día a problemas de salud, a la dependencia y la pérdida de autonomía y, también a la soledad. Soledad experimentada a pesar de tener familia porque vivimos a un ritmo que no pueden alcanzar y que siempre les deja atrás. Sus mentes no son tan rápidas para adaptarse a las nuevas tecnologías y la mayoría de las veces se pierden entre tantas imágenes, noticias, palabras...
Y en esta etapa que nos ha tocado vivir no a todos nos ha pillado con las mismas fuerzas para afrontarla y salir de ella sin pagar sus devastadoras consecuencias.
A ellos, nuestros mayores, les ha pillado con la guardia baja. Sí, ellos han vivido la guerra, claro que sí lo sabemos, sí ellos han pasado por otras muchas circunstancias difíciles y lo han superado, pero esta vez ha sido diferente. Ellos no lo esperaban, ya estaban cansados luchando con sus problemas de salud, propios de la edad, estaban cansados intentando lidiar con problemas familiares, protegiendo a sus hijos y siendo de nuevo su sustento, por los problemas de trabajo y las dificultades económicas. Estaban luchando por sus nietos, sus amores, nietos que en ocasiones no correspondían ese amor recibido. Derramando lágrimas por ver como ese mundo construido con tanto esfuerzo se estaba deshaciendo poco a poco, apagando como una vela...
En fin, cansados de seguir luchando a pesar de la edad avanzada, porque la característica que mejor los define es LUCHADORES.
Pues así, con la guardia baja, les ha llegado esta nueva batalla y han vuelto a levantarse y a luchar. Algunos de ellos la han ganado, pero son muchos los que se han quedado en el camino, muchos, demasiados, no era justo.
En esta etapa final de la vida se merecían descanso, paz, tranquilidad y amor mucho amor.
Me da mucha tristeza verlos salir a la calle a pasear al perrito con la mascarilla cubriendo sus caras.
Me da pena verlos con miedo en casa encerrados porque lo que ven en la tele, las noticias que oyen dan mucho miedo.
Me da pena que el demonio de la soledad les persiga y los aceche.
Me da mucha tristeza que a pesar de que muchos de ellos dicen no tenerle miedo a la muerte, tengan que morir solos, sin ninguna compañía, sin sentirse arropados por sus seres queridos.
Ellos nunca se van a quejar, asumen lo que les viene y nos volverán a dar ejemplo.
Por eso, desde mi perspectiva enfermera y cuidadora, seguiré acompañando y cuidando a las personas, jóvenes y mayores. Sí es verdad que a los profesionales socio-sanitarios nos ha tocado un papel difícil, como también a otros muchos profesionales de servicios y a nuestros políticos. Y podrán ponerse todavía más difíciles las cosas, pero eso no debe impedirnos perder de vista a la persona que tenemos delante, mostrar nuestra cara más honesta, respetando su dignidad y velando por sus derechos, y sobre todo, que, llegada la hora final, tenga una muerte digna y en paz. Tiene derecho a ser acompañada, a ser cuidada por personas sensibles y competentes, a obtener una atención hasta el final por un equipo sanitario, y sobre todo, a no morir sola.
Podemos hacer mucho por ellos, sobre todo acompañarlos, dar respuesta a sus dudas y miedos, alimentar la esperanza de que todo va a salir bien, y, si las cosas se ponen feas, nunca les dejaremos solos. Venceremos al demonio de la soledad.
Joaquina Lucerga Romera. ENFERMERA.
Presidenta Diocesana de Salus Infirmorum