Atrás han quedado los trasiegos de tronos y nazarenos. Los sones de cornetas y tambores ya se disiparon en la lejanía. Los ritmos frenéticos de las Sedes de Hermandades y Cofradías, han cesado. La algarabía ha dado paso a la quietud y al silencio… Todo se ha cumplido.
Tras una larga e intensa Cuaresma, hemos llegado a su día final. Hoy todo se ha tornado en silencio, pues Jesús permanece muerto en el Sepulcro.
Hoy todo el mundo nazareno se halla expectante, meditando y reflexionando en los acontecimientos vividos durante toda esta Semana, que hoy llega a su fin.
Ayer murió Jesús y hoy permanece el Sepulcro, a oscuras, en silencio, en la soledad absoluta con la que la tierra cubre cada cadáver. Pero no es un silencio “vacío”, sino lleno de esperanza, pues los cristianos sabemos y creemos que lo grande, lo importante, sucederá con la llegada de la luz del nuevo día, el día de la Resurrección.
El Sábado Santo se nos presenta como el “puente” que une la muerte de Jesús el Viernes Santo (en el que fue crucificado, muerto y sepultado), con su Resurrección al Domingo siguiente (al tercer día resucitó de entre los muertos).
Jesús ha muerto como Hombre, pues Dios al Encarnarse se hizo hombre con todas las consecuencias. Pero mañana Domingo, con el nacimiento de un nuevo día y de una nueva semana saldremos a su encuentro, pues sabemos que la respuesta a ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? (Lc.24,5) nos la dio el propio Jesucristo al amanecer del primer día de Resurrección.
A este día también lo llamamos “Sábado de Gloria”, y en él recordamos especialmente a la Virgen María, pues cuando tras la muerte de Jesús todos “perdieron” la fe en Él, ella se mantuvo firme en la esperanza.
Todos le dieron la espalda a Jesús y se fueron apartando. Unos por miedo, otros porque su fe era débil, otros porque no entendieron, otros porque se desilusionaron… Pero la Madre de nuestro Señor, al igual que hizo desde el día de la Encarnación, se mantuvo paciente en la espera. Ella no entendía, pero guardaba todas las cosas meditándolas en su corazón (Lc.2,19).
Por este motivo, todos los sábados del año están dedicados a la Virgen María: ella fue la primera en creer y tener fe en la Resurrección de su Hijo Jesús.
¿Cómo conmemoramos en Totana el Sábado Santo?
Después de una Semana de gran intensidad litúrgica, en la que todos los nazarenos totaneros hemos acompañado al Señor en su última Semana como Hombre (el anagrama JHS nos recuerda su doble naturaleza), hoy permanecemos junto al Sepulcro meditando sobre el Misterio de su Pasión y su Muerte.
Este es un día de espera litúrgica por excelencia, de espera silenciosa junto al sepulcro, por eso no habrá ninguna celebración. Es un día de recogimiento y silencio contemplativo, que nos invita a la reflexión en el Misterio de Cristo. En nuestras dos iglesias parroquiales, el altar permanecerá vacío, despojado de símbolos visibles y en penumbra, y el Sagrario abierto y vacío.
Y aunque es un día de silencio, no es un día de soledad, pues al igual que la Virgen María acompañó a los Apóstoles en aquellos momentos de angustia y de dolor mientras su Hijo permanecía muerto, ella nos acompaña hoy fortaleciéndonos en nuestra fe y confianza.
Nuestro Credo dice: “…fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso. Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos…”
En Totana reposaremos los intensos acontecimientos que se han celebrado sobre todo durante el Jueves y el Viernes Santo, deteniéndonos frente al sepulcro: Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, se ha anonadado hasta el máximo extremo al que puede llegar cualquier ser humano, y es ahí donde los nazarenos tenemos que detenernos a contemplar el verdadero significado de la Semana Santa.
Hoy nos preparamos para celebrar la Resurrección, y lo hacemos con la mayor celebración del año litúrgico: la Vigilia Pascual. La celebración que nos trae la victoria definitiva de Cristo sobre el pecado y la muerte.
La celebración de la Vigila Pascual tiene las siguientes partes:
1.- Liturgia de la Luz, que comienza con la bendición del fuego fuera del templo y la preparación del Cirio Pascual. De ese fuego el sacerdote enciende el Cirio Pascual que es símbolo de Cristo, y entra al templo que permanece en penumbra. Todos los asistentes van encendiendo su velita tomando la luz del Cirio. Cuando el sacerdote llega al Altar, toda la iglesia está iluminada por la Luz de Cristo que se ha extendido por todo el tempo. En ese momento se entona el Pregón Pascual.
2.- Liturgia de la Palabra, que se articula en torno a siete lecturas que nos recuerdan la historia de la salvación: desde la Creación, hasta la Resurrección.
3.- Liturgia Bautismal, en la que se hace la renovación de las promesas bautismales, se cantan las letanías invocando a todos los santos como expresión de la unidad de la Iglesia, y se celebran bautismos.
4.- Liturgia Eucarística, en la que entramos en comunión con Dios y con toda la comunidad cristiana.
Para concluir:
Todos los acontecimientos que hemos conmemorado a lo largo de los siete días de la Semana Santa, sólo encuentran su verdadero sentido y significado en la celebración del Domingo de Resurrección. Este siempre ha sido, es y será, el verdadero motivo de la celebración de nuestra Semana Santa.
En la profesión de fe que hacemos en la Misa tras la Consagración, decimos: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu Resurrección, ven Señor Jesús”.