En las relaciones humanas el encuentro interpersonal supone un principal acicate para dar solidez a la existencia. Pero, además, cuando en ese intercambio de ideas, experiencias, emociones… descubres el fulgor de personas que sustentan su compromiso, autenticidad y fidelidad en los valores en los que se fundamenta la esencia y sentido de la vida, se renueva la esperanza. Esos radiantes destellos han impregnado la trayectoria de Luis Miguel Arnao Martínez, un hombre de bien, de lucidez y honestidad, de juicioso y prudente caminar.
Luis Miguel fallecía el pasado veinte de septiembre. A su pérdida afloran recuerdos, emociones, conversaciones… como también el sentido de adhesión hacia su persona y argumentos, no solo porque con su conocimiento robusteció a numerosos jóvenes de Totana, sino también por su profundo amor a nuestra tierra, a sus tradiciones, a sus expresiones culturales, al legado recibido de sus mayores, un caudal que supo conservar con especial mimo y esmero.
Fuimos muchos los que, a principios de la década de 1970, cursando Bachillerato en el Instituto Juan de la Cierva, en plena adolescencia, cuando había que conjugar el despertar a las perspectivas de esa etapa con el estudio y la concentración, tuvimos la oportunidad de encontrarnos con la lección de entrega y la dedicación educativa de Luis Miguel Arnao. Su sentido del deber, del trabajo, del tesón y la perseverancia en la tarea emprendida, fueron certeros acicates para interiorizar la importancia de recorrer un sendero en identidad. Para ello, la estela de su ejemplo, la calidad de su responsabilidad, se nos ofrecía como referente de seguridad, en tanto que en su presencia brillaba la verdad, la transparencia, la nobleza, junto a un elevado sentido de la dignidad y el respeto al otro, también y, especialmente, al alumnado. Ante esas cualidades emerge gratitud, a la vez que un intenso aprecio.
Si importante fue su labor formativa, no menos meritoria es su admiración e interés por todo aquello que constituye la urdimbre de emociones, acontecimientos, inquietudes y anhelos que configuran la trayectoria histórica de Totana. Luis Miguel había nacido en 1934. En los primeros años de la posguerra su capacidad de observación, su curiosidad y sentido de reflexión le llevaron a estar atento a las revelaciones de sus mayores. En este sentido, su papel fue de principal importancia, pues no despreciando tan preciosa herencia conservó formas y estilos en su actuar que habían imperado en nuestra localidad a lo largo de siglos. Fruto de ese conocimiento fue su lucidez y discernimiento para concretar precisos y cualificados momentos de ese pasado, de sus protagonistas y artífices, orientando análisis e indagaciones.
Además, en este proceso de compartir resuena con singular vigor, no solo el haber conservado una serie de ejemplares de prensa de Totana, publicados entre finales del siglo XIX y primeras décadas del XX, sino su generosidad al poner a disposición de la investigación y el estudio tan preciado patrimonio. Este material se encuentra digitalizado en el Archivo General de la Región de Murcia, en la colección Adelaida Arnao Aledo, lo que permite su consulta ágil y cómoda vía telemática. Componen tan excepcional aportación, un nutrido número de ejemplares de La Voz de Totana, un periódico que iniciaba su andadura el 8 de abril de 1888 y que, desconocido hasta entonces, muestra las contingencias y afanes de las gentes de esta tierra en esa etapa. Otras contribuciones en esta línea son los números de diferentes ediciones, entre ellas Las Provincias de Levante (1887), La Zambra (1888), El Imparcial (1896), La Defensa (1916), más de setecientos registros que abren importantísimos cauces a la investigación.
Que esta primera aproximación a la andadura de un hombre de sabiduría ayude a interiorizar, a hacer lección de vida su testimonio y quehacer, pues en ese vibrar brillan poderosas razones para saborear, agradecer y orientar los pasos hacia un paradigma cimentado en la consideración, el encuentro y la solidaridad.
Juan Cánovas Mulero