En estos días en los que celebramos la conmemoración del Día Internacional de la Mujer, un tiempo en el que se nos propone reflexionar sobre la necesidad de recorrer senderos fraguados en la igualdad en las relaciones interpersonales, resuena el precioso emblema de la corresponsabilidad que exhorta a una misión familiar compartida, con un equilibrado reparto de tareas y tiempos, de afectos y sensibilidades. Para ello, es necesario superar los estereotipos más tradicionales que han configurado una imagen femenina implicada especialmente en la amplia dimensión del hogar, que descargaba al hombre de esa competencia.
En una vital y positiva manera de forjar esos vínculos se nos invita a perseverar en la consecución de referentes basados en el respeto, el quehacer mutuo, la responsabilidad compartida y todo ello desde el más claro y preciso convencimiento de que es la persona, independientemente de su naturaleza sexual o étnica, de su realidad lingüística o cultural, la que convive y comparte ideas, emociones, quehaceres, fundamentos, anhelos e inquietudes y, ella, en integridad necesita ser atendida y considerada.
Nos mueve la certeza de alcanzar en un futuro próximo un espacio de reconocimiento, de comprensión y fraternidad en el que no tenga cabida la prepotencia de quiénes, atribuyéndose potestad sobre el otro, cercenan sus alas, quiebran sus aspiraciones y pisotean sus derechos.
Desde esa esperanza volvemos la vista atrás para distinguir la meritoria entrega de innumerables mujeres que, a lo largo de nuestra historia, favorecieron un clima de entendimiento y unidad. En el silencio y la constancia, en la entereza y la firmeza, desafiaron, con corazón y apasionamiento, lo impuesto por una sociedad que se aprovechaba de su carácter tenaz y colaborador, minimizando su eficaz aplicación. Recordamos su principal ocupación en las tareas agrícolas (en los sequeros, manipulando el pimiento de bola para su deshidratación al sol; en almacenes de fruta, preparando la naranja para la exportación; en las fábricas de conserva…) pero, además, atendiendo la casa y los hijos, ofreciendo, a la vez, la calidez de su impronta para dar respuesta a las expectativas que les había asignado la tradición.
En ese trabajo, infinitas veces callado y austero, brilla la valía de unas esencias que contribuyeron a modelar el presente. Ahora, nos toca a todos, a hombres y mujeres, venerando la grandeza de ese caminar, de ese perfume de vida, remar para que naveguen en plenitud la equidad y la concordia, el respeto y la igualdad.