Estos días finales del mes de abril, en los que extiende sus manos para abrazar al florido mayo, se viven en Totana una serie de celebraciones íntimamente unidas a sus esencias y prácticas. Sin lugar a dudas, san Marcos es una de ellas. En la tarde de ese día la población se convoca para renovar el encuentro con sus raíces agrícolas, pues en su atmósfera resuenan los esfuerzos y desvelos de sus mayores, implicados en la puesta en producción de las tierras de su entorno. Con arrojo y vigor, luchando contra la pertinaz sequía que caracteriza a su climatología, aprovechando al máximo los recursos hídricos, cultivaron cereales, manteniendo con esmero almendros, olivos, vides… incorporando, posteriormente, el laboreo del naranjo, complementado con el de uva de mesa, diversificando su oferta agrícola en las últimas décadas con la plantación de alcachofa, brócoli, lechuga, etc. Implorando la protección divina para estas actividades, fuente fundamental de su economía, se configuraron, siglos atrás, una serie de expresiones religiosas, popularizándose las procesiones que cada tarde del 25 de abril, festividad del evangelista, el clero, asistido de los vecinos, declamando las llamadas "letanías mayores", se dirigía desde el templo de Santiago hasta la ermita de san José. A su llegada tenía lugar la bendición de los campos, demandando, igualmente, la necesaria lluvia que en estas fechas ayuda a que los cereales y otros frutos alcancen su sazón. Concluida la ceremonia religiosa, los vecinos se dispersaban por los alrededores para disfrutar de una de sus radiantes tardes primaverales, revestidas de aromas, de luminosidad y esplendor. Probablemente sea ese el origen de esta arraigada costumbre. Cerrando ese acontecer el imprescindible garabazo, acompañado del sonsonete con el que se lanza la piedra al viento, un gesto que encierra el deseo de alejar lo negativo.
Otros eventos que han recibido impulso son las cruces de mayo y el engalanado de patios. Acciones de solvencia en Totana. Alentando estos retos está el compromiso del Coro Santa Cecilia y apoyando la iniciativa la institución municipal.
Por lo que se refiere a la realización de cruces, el periódico regional El Diario de Murcia, en su edición de 4 de mayo de 1890, se hacía eco de lo extendido de este proceder en Totana, en donde sus gentes levantaban, en referencia a este primordial símbolo de la fe, majestuosos altares en los que "se ven combinados caprichosamente objetos artísticos, flores naturales, telas decorativas y luces ya de petróleo, ya de cera". Además, "casi todas las casas del pueblo" se convertían "en vistosos mayos alfombrados de juncos y vestidos de rosas y "verdenace"". En muchas de ellas se erigían "caprichosos altares, predominando el adorno de flores naturales". Este año se incorpora al itinerario que organiza el Coro Santa Cecilia la visita al Santo Cristo, un venerado punto en el que el protagonismo de la cruz propicia esta presencia.
Por otra parte, resulta muy grato comprobar que la actividad orientada al adorno de patios va tomando firmeza. Se recupera así la significación que tuvieron en las viviendas tradicionales estos ámbitos, en los que jazmineros, alguna parra o enredadera, a cuya sombra crecían geranios, helechos, colocasias, hortensias… contribuían a refrescar y perfumar el ambiente. De unos de ellos nos muestra sus principales rasgos el escrito que publicó María Martínez (Cuadernos de La Santa 2005, p. 124) del texto que redactara sobre 1920 Juan Pedro Munuera Quiñonero, nieto del historiador totanero José María Munuera y Abadía, refiriendo las visitas que hacía a la casa de sus antepasados, situada en la calle Santiago, en las que corrobora esa manera de disponer estos espacios, precisando que "la casa tenía un patio fresco, lleno de muchas y bien cuidadas plantas y, casi en el centro, había una pajarera muy grande, donde revoloteaban cantidad de canarios, así como también otras jaulas de colgar que contenían calandrias, periquitos…".
Todo un cúmulo de emociones que nos invitan a saborear y seguir apostando por nuestra tierra, por aquellos valores y hábitos que le han dado solidez y consistencia. Esto supone proteger nuestro paisaje, preservar el ecosistema que nos acoge, concienciados de que las intervenciones que se desarrollen en él han de respetar su equilibrio.
Juan Cánovas Mulero