No me gusta escribir obituarios porque siempre que lo hacemos es rememorando a una persona a la que nos une el afecto y nos ha abandonado. Es difícil de escribir porque no es la razón la que lo dicta, sino el sentimiento y es de complicada explicación porque no es objetiva, nos sale de los adentros como decía Rafael de León.
Voy a pergeñar el segundo obituario y espero y deseo que pase mucho tiempo hasta que lo vuelva a hacer. Se ha muerto José Luis y lo siento bastante porque nos teníamos aprecio desde que nos conocimos hace treinta años en una tertulia en el Bar Ortiz, coincidimos otras veces y estrechamos lazos encontrando además que nuestras esposas eran familia.
En nuestros encuentros tomando café en La Freddo de la Glorieta charlábamos con el buen humor que le era característico, nos echábamos algún chiste e incluso hablábamos de temas serios porque aunque nuestro sentido del humor es acusado, nada en la vida nos era ajeno, incluso la política. Pero por lo general nuestras conversaciones eran desenfadadas y en ellas participaba de forma habitual más personas.
Hombre de un talante alegre, buen conversador, inteligente y chispeante, era una delicia departir con él sobre cualquier tema, en muchos casos conmigo los temas manchegos que me son familiares. Solamente había un tema para el que yo no era su mejor interlocutor: el fútbol, que a mí me gusta de forma moderada y a él le entusiasmaba.
José Luis tenía la elegancia en el gesto que imprime la buena educación, el detalle siempre a punto y el correctísimo trato por bandera, teniendo como ejemplo que cada año el día de San Juan él y yo solíamos llevar de forma habitual un detalle a nuestra Juani que tan bien nos ha tratado siempre.
Hijo de médico en familia de zona agrícola, Las Mesas, provincia de Cuenca, estudió en Madrid y vino a Totana como director de un bingo. Cayó bien, ganó amigos y conoció a Laly enamorándose ambos formando una feliz pareja que han alumbrado ocho hijos y siete nietos que eran su alegría. Durante muchos años se dedicó con su habitual esmero a la administración del patrimonio familiar hasta su jubilación pudiendo pasar más tiempo con Laly y leyendo algún que otro libro, si bien ella es más lectora que era él.
José Luis era un enamorado de Totana como yo, es decir, un totanero más, ya que participaba con entusiasmo en muchas manifestaciones artísticas, especialmente las musicales como por ejemplo que nunca faltaba el día de Navidad a la puerta de Las Tinajas para escuchar a las cuadrillas y entonar sus canciones.
Era poseedor de una buena cultura y se notaba el poso de ella en nuestras conversaciones, demostrando que había leído bastante en su juventud, aunque ahora lo hiciera menos.
Echaremos de menos a José Luis y hoy beberé un chatico de vino en su memoria en la seguridad de que él me sonreirá desde las verdes praderas del Más Allá.