En estos días en los que transitar por el maravilloso paraje de Los Huertos se convierte en apasionado encuentro con un escenario ceñido de sutiles aromas y fragancias, en las que el balsámico perfume del azahar impone su acreditada y sugerente valía, agradecemos el gran regalo que es para Totana la sublime entidad de este espacio, los singulares valores que lo significan.
En estas evocaciones reavivamos la memoria para traer al presente la titánica lucha, forjada en el tesón, de cara a la configuración de este espacio, reconociendo, asimismo, el esfuerzo de incontables hombres y mujeres que, a lo largo de siglos, afrontaron con esperanza los retos que les planteaba la roturación y puesta en producción de unos dominios que, hasta bien entrado el siglo XVIII, fueron tierras yermas y «barranquizos pedregosos», para transformarlos, «a fuerza de golpe de pico y taladro de barreno», en vergeles de belleza y seducción, «en prodigios de feracidad y verdor que perfuman el ambiente y recrean la vista», en productivos plantíos de cítricos, en los que el naranjo instauró su señorío, acompañándose de palmeras, de otros árboles frutales y radiantes macizos de flores, reservando a pinares los enclaves montuosos.
Es innegable que este compromiso con las circunstancias históricas se apoyó en los alentadores beneficios que acompañaban la comercialización de la naranja, un producto que, como tantos otros vinculados al sector primario, se mueve a merced de las fluctuaciones del mercado, condicionado por lo perecedero del fruto y las adversidades climatológicas (prolongadas sequías, tormentas de granizo o heladas invernales), como también por los riesgos derivados de la exportación a otros países europeos (las limitaciones inherentes a los grandes conflictos bélicos, los cierres de fronteras, los atolladeros en los puertos de embarque y desembarque…). Sorteando tan diversas contingencias, nuestros mayores supieron utilizar los periodos de más rendimiento para conllevar las fases del cultivo, para capear los ciclos severos y hostiles, como también, conscientes de las bondades del entorno, para edificar viviendas de muy distinta estructura, solidez y prestancia, desde sencillas construcciones hasta esbeltos palacetes, pero todas ellas en amorosa simbiosis con el paisaje, insertadas en un edén saturado de atractivo y hechizo.
Tan admirable empeño era resaltado, en la primavera de 1917, por el periódico regional El Liberal, afirmando que «no hay en la provincia de Murcia un pueblo donde se haya hecho una zona tan extensa de huertos», unos logros, solo comparables, según el indicado diario, «a los Cármenes de Granada».
Este impresionante legado, que provechosamente disfrutamos en Totana, requiere de una responsable toma de conciencia de los diferentes sectores sociales de cara a su conservación y protección, al igual que del amparo de las administraciones. Todo ello en aras a mantener el equilibrio entre la pródiga naturaleza y la ocupación humana.
Juan Cánovas Mulero