Domingo 5º de Cuaresma (C)
Por Jesús Aniorte
1. Preparación
Señor, aquí estoy delante de ti. Ayúdame a tomar conciencia viva de que tú estás conmigo siempre. Esté donde esté, tu presencia amorosa me envuelve. Dame tu gracia para que este rato de oración me sea provechoso. Que vea claro qué quieres de mí. Dame un corazón nuevo, que me guíe por tus caminos de amor. Me pongo en tus manos, Señor. Soy todo tuyo. Haz de mí lo que tú quieras. Amén.
Ahora lee despacio la Palabra de Dios y las reflexiones que se proponen. Déjate empapar de la Palabra de Dios. Si con un punto de reflexión te basta, quédate ahí, no prosigas.
2. La palabra de Dios
En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba. Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: - «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?» Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: - «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra.» E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer, en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: - «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?» Ella contestó: - «Ninguno, Señor.» Jesús dijo: - «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más .» ( Juan 8, 1-11). Los que llevan a la mujer aquélla a Jesús lo que buscan es encontrar motivos para condenarle: si no la condena, le acusarán de que no cumple la ley, y si la condena, podrán decir que mucho predicar perdón y misericordia, pero a la hora de la verdad… En un primer momento parece que Jesús se desentiende del problema y se pone a escribir en tierra. ¿Qué escribía? No lo sabemos, pero tal vez algo que dolió a los que acusaban a la mujer. Como insisten, les dice:”El que esté libre de pecado que le tire la primera piedra... Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno…” Señor, ¡qué fácilmente nos sale el juicio contra el hermano ¡Qué bien nos vendría entonces que alguien nos dijera a nosotros: “El que esté libre de pecado que le tire la primera piedra...”, a la vez que escribe en tierra algunos comportamientos nuestros! A ver si nos atrevíamos a seguir tirando piedras o tendríamos que agachar la cabeza e irnos avergonzados, como se fueron los acusadores de aquella mujer.
Cuando todos se han marchado, queda Jesús solo con la mujer. Le dice: “Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado? Ella contestó: Ninguno, Señor. Jesús dijo: Tampoco yo te condeno. Anda, y no peques más”. Meditando este pasaje, imaginemos la mirada de aquella mujer pecadora a Jesús. Sin duda, sería una mirada de súplica esperanzada. Y ¿la mirada de Jesús? Somone Weil dice que “lo que salva es la mirada.” Así sería la mirada de Jesús: mirada que salva, que regenera, que invita a salir del hondón del pecado, del autodesprecio quizás. Aquellos hombres iban provistos de piedras para la mujer pecadora; pero las piedras matan, no regeneran. Y lo que necesitaba aquella mujer era una mirada que metiera confianza en su corazón, que despertara todo lo bueno que dormía en él y le animara a construir una futuro distinto, nuevo. Señor, míranos así, con una mirada que nos diga que sigues confiando en nosotros, que podemos empezar de nuevo a pesar de todos nuestros pecados.
¡Qué cuaresma sería la nuestra, qué provechosa, si aprendiéramos la lección de hoy! Mirarnos a nosotros, antes de tirar la piedra contra el hermano. Y mirar al hermano que ha pecado, no con mirada condenadora, sino con mirada de misericordia y de amor. Como la tuya, Señor. Mirada limpia, sin lentes deformadoras, que busca lo bueno que hay en cada uno, y no sólo este pecado de ahora; mirada acogedora, cordial, de benevolencia. ¡Que dé ánimos y confianza daríamos al hermano para empezar de nuevo!
3. Diálogo con Dios
A la luz de esta Palabra y estas reflexiones, pregúntate qué te pide el Señor... Háblale como a un amigo. Pídele perdón, dale gracias. … Escucha en tu corazón qué te dice el Señor. Pide que te ayude para poder llevar a la práctica los deseos que han surgido en tu corazón.
21/03/2010
Artículos de "Al hilo de la vida y de mis reflexiones"
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