2 de febrero – La Presentación del Señor

Paso la palabra. Para meditar cada día
2 de febrero – La Presentación del Señor
Por Jesús Aniorte

1. Preparación

Señor, aquí estoy delante de ti. Ayúdame a tomar conciencia viva de que tú estás conmigo siempre. Esté donde esté, tu presencia amorosa me envuelve. Dame tu gracia para que este rato de oración me sea provechoso. Que vea claro qué quieres de mí. Dame un corazón nuevo, que me guíe por tus caminos de amor. Me pongo en tus manos, Señor. Soy todo tuyo. Haz de mí lo que tú quieras. Amén.

Ahora lee despacio la Palabra de Dios y las reflexiones que se proponen. Déjate empapar de la Palabra de Dios. Si con un punto de reflexión te basta, quédate ahí, no prosigas.

2. La palabra de Dios

Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: "Todo primogénito varón será consagrado al Señor", y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: "un par de tórtolas o dos pichones." Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: "Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel." Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: "Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma. " ( Lucas 2,22-35)

  1. Según la ley judía, todo primogénito –animales y de los hombres- tenía que ser consagrado a Dios, en memoria de la acción liberadora de Dios al sacar a Israel de la esclavitud de Egipto. Los animales eran sacrificados; pero, como la ley prohibía los sacrificios humanos, el primogénito varón era rescatado y sustituido por la ofrenda de una tórtola o un cordero, según las posibilidades de la familia. Es lo que hacen María y José: presentan a su hijo a Dios y entregan un par de tórtolas como rescate. Toda la vida de Cristo fue vivir esta consagración: hacer en todo la voluntad del Padre. Pero la consagración de hoy sólo se comprenderá plenamente a la luz de la escena del calvario, donde Jesús no será sustituido, sino sacrificado como primogénito de la humanidad para rescatar a todos los hombres del pecado y de todas las esclavitudes. Señor Jesús, también nosotros, el día de nuestro bautismo, fuimos consagrados a Dios, sellados en el nombre de la Trinidad. Que vivamos nuestra consagración a Dios con la fidelidad con que tú viviste la tuya.
  1. En aquel momento había mucha gente en el templo. Y en la familia de Nazaret y en aquel niño no vieron más que a una familia del pueblo y a un niño como tantos otros. Pero Simeón reconoció en aquel niño, que entra en brazos de una mujer sencilla del pueblo, al Salvador. La oración confiada había abierto sus ojos y vio al Mesías que esperaba, al que es “luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”. Diríamos que Simeón tenía las ventanas del alma abiertas y la luz Dios entró e iluminó su corazón y así vio al Mesías Salvador y a su Madre. Y dio testimonio: "Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel." Señor, concédenos la gracia de la oración callada y perseverante. En ella te descubriremos a ti como la Luz que puede iluminar nuestras vidas, nuestras tristezas, nuestras incertidumbres, el sentido de lo que nos ocurre, y dar seguridad a nuestra esperanza de que un día nos veremos libres de todo lo que nos esclaviza y hace sufrir a nosotros y a los demás.
  1. Simeón anuncia a Maria: "Mira, éste... será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma,” Porque aquí comienza también el caminar de María hacia el Calvario: el hijo que es luz de las naciones y gloria de Israel, será también el siervo de Iahvé, azotado y escarnecido, cubierto de oprobios, y crucificado. Y el dolor del hijo será dolor de la madre, tan estrechamente unida a él. Ésta será la espada que romperá el corazón de María: sufrir con Jesús las ingratitudes, los desprecios, la persecución y la muerte ignominiosa y cruel en la cruz. Gracias, Madre, porque aceptaste ese dolor que traspasó tu alma y que uniste al de tu Hijo para redimirnos. Ruega para que nosotros también seamos fieles al Señor en los momentos de sufrimiento y oscuridad. Intercede, Madre, por nosotros para que nos dejemos iluminar por la Luz, que es Cristo, y seremos personas “iluminadas” que iluminaremos a los demás.

3. Diálogo con Dios

A la luz de esta Palabra y estas reflexiones, pregúntate qué te pide el Señor... Háblale como a un amigo. Pídele perdón, dale gracias. … Escucha en tu corazón qué te dice el Señor. Pide que te ayude para poder llevar a la práctica los deseos que han surgido en tu corazón.

02/02/2009


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