Domingo 34 del Tiempo Ordinario C.- Cristo Rey-

Paso la palabra. Para meditar cada día
Domingo 34 del Tiempo Ordinario C.- Cristo Rey-
Por Jesús Aniorte

1. Preparación

Señor, aquí estoy delante de ti. Ayúdame a tomar conciencia viva de que tú estás conmigo siempre. Esté donde esté, tu presencia amorosa me envuelve. Dame tu gracia para que este rato de oración me sea provechoso. Que vea claro qué quieres de mí. Dame un corazón nuevo, que me guíe por tus caminos de amor. Me pongo en tus manos, Señor. Soy todo tuyo. Haz de mí lo que tú quieras. Amén.

Ahora lee despacio la Palabra de Dios y las reflexiones que se proponen. Déjate empapar de la Palabra de Dios. Si con un punto de reflexión te basta, quédate ahí, no prosigas.

2. La palabra de Dios

En aquel tiempo, las autoridades hacían muecas a Jesús, diciendo: - «A otros ha salvado; que se salve a si mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido.» Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: - «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo.» Habla encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: «Éste es el rey de los judíos.» Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: - «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros.» Pero el otro lo increpaba: - «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada.» Y decía: - «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.» Jesús le respondió: - «Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso.» (Lucas 23, 35-43)

1.      Terminamos el año litúrgico. Durante el año hemos caminado, con la liturgia, buscando el rostro del Señor, anhelando su encuentro. Y terminamos celebrando el Reinado y señorío de Cristo sobre el mal. Cristo con su sangre derrama en la cruz nos ha arrancado del reino del pecado y de la mentira; y nos ha trasladado a su Reino de gracia, de amor, de vida, de justicia, de verdad, de fraternidad, de paz, de justicia, de perdón, de apertura a Dios... Esto celebramos hoy con gozo y gratitud: que somos gloriosa, aunque dolorosa, conquista de Cristo Jesús. Gracias, Señor, por ello. Haz que muestre que eres mi Rey y Señor, siendo mensajero y trabajador comprometido de tu Reino y, sobre todo, viviendo los valores de tu Reino. Porque, si no, ¿de qué me servirá proclamar que eres mi Rey?

2.      Y en esta fiesta de Cristo Rey,  el evangelio nos lo presenta, no recibiendo pleitesía, sino clavado en la cruz, objeto de mofa y escarnio de las autoridades: “«A otros ha salvado; que se salve a si mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido.» Y de la soldadesca: «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo.» Y hasta de uno de los malhechores crucificados con él: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros.” Escena cruel, Señor. Ni en estos momentos trágicos asoma en tus enemigos una brizna de piedad... Pero ahí estás,  reinando en la cruz, entre insultos, burlas y escarnios, mostrando que tu Reino no es de ese mundo, no se construye con fuerza y poder y riquezas, sino con abajamiento, amor, misericordia, perdón... Con la entrega hasta dar la propia vida y derramar la propia sangre. Con muertes como la tuya. Y la del P. Damián, y la del P. Kolbe, y la de Monseñor Romero, y la de tantos y tantos...Por eso el tuyo, Señor, no es un reinado que oprime, sino que libera. Y sin embargo, Señor, aún hay quienes, a veces, nos resistimos a aceptarte como Rey.  ¡Qué pena, Señor! ¡Ten misericordia de nosotros!

3.      “Si eres el Mesías, sálvate a ti mismo”... te retaban unos y otros, mofándose. Y eras el Mesías, Señor. Lo habías mostrado obrando las obras del Padre. Pero no te bajaste. Porque -como escribe Dostoyevski- no quisiste hacer esclavos a los hombres por medio de un milagro. Tenías sed de amor voluntario, no de encantamiento servil ante el poder.” Y en la cruz te quedaste, Jesús,  y en la cruz exhalaste el último aliento. Si hubieras bajado, Señor, ¿quién habría roto las cadenas que esclavizan al hombre?; ¿a quién miraríamos cuando somos injuriados e incomprendidos por ser cristianos?; ¿de quién se sentirían acompañados tantos crucificados hoy?;  ¿quién estaría con nosotros en el dolor, en la injusticia, en la traición, en la cruz?; ¿a quién podríamos acogernos como el ladrón arrepentido: “Acuérdate de mi cuando llegues a tu Reino” y de quién escucharíamos las palabras más consoladoras que se pueden escuchar en el momento de morir: “Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso”? Gracias, Señor, por no haberte bajado. Hoy te pido que me hagas fuerte, para que nunca yo me baje de mi cruz del servicio y de la entrega.

3. Diálogo con Dios

A la luz de esta Palabra y estas reflexiones, pregúntate qué te pide el Señor... Háblale como a un amigo. Pídele perdón, dale gracias. … Escucha en tu corazón qué te dice el Señor. Pide que te ayude para poder llevar a la práctica los deseos que han surgido en tu corazón.

24/11/2013


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