Sábado de la 23ª semana del Tiempo Ordinario

Paso la palabra. Para meditar cada día
Sábado de la 23ª semana del Tiempo Ordinario
Por Jesús Aniorte

1. Preparación

Señor, aquí estoy delante de ti. Ayúdame a tomar conciencia viva de que tú estás conmigo siempre. Esté donde esté, tu presencia amorosa me envuelve. Dame tu gracia para que este rato de oración me sea provechoso. Que vea claro qué quieres de mí. Dame un corazón nuevo, que me guíe por tus caminos de amor. Me pongo en tus manos, Señor. Soy todo tuyo. Haz de mí lo que tú quieras. Amén.

Ahora lee despacio la Palabra de Dios y las reflexiones que se proponen. Déjate empapar de la Palabra de Dios. Si con un punto de reflexión te basta, quédate ahí, no prosigas.

2. La palabra de Dios

En aquel tiempo, decía Jesús a sus discípulos: -«No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano. Cada árbol se conoce por su fruto; porque no se cosechan higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos.  El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque lo que rebosa del corazón, lo habla la boca. ¿Por qué me llamáis "Señor, Señor", y no ha-céis lo que digo? El que se acerca a mi, escucha mis palabras y las pone por obra, os voy a decir a quién se parece: se parece a uno que edificaba una casa: cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca; vino una crecida, arremetió el río contra aquella casa, y no pudo tambalearla, porque estaba sólidamente construida. El que escucha y no pone por obra se parece a uno que edificó una casa sobre tierra, sin cimiento; arremetió contra ella el río, y en seguida se derrumbó y quedó hecha una gran ruina.» ( Lucas 6, 43-49).

1. El Sermón de la Llanura –que nos ha venido presentando la liturgia y que es la versión que trae Lucas del Sermón de la Montaña de Mateo-  concluye con la invitación que nos hace hoy el Señor a mirar nuestra vida: ¿Qué frutos estamos dando? ¿Son buenos o están podridos? Porque “Cada árbol se conoce por su fruto”. Los frutos son los que dicen si el árbol está sano o dañado, no basta el follaje… Así, en la vida cristiana: no bastan las buenas palabras, los buenos sentimientos o buenas intenciones. Hacen falta los “buenos frutos  de evangelio”, que sólo brotan del corazón curado por el Señor, sanado por su palabra. Y esos buenos frutos son los que Jesús nos ha dicho que deben dar sus discípulos: vivir el espíritu de las bienaventuranzas, amar incluso a los enemigos, hacer bien hasta a los que no nos quieren, ser compasivos y no juzgar, etc. Si no es así, ¿qué es lo que hay en mi corazón? Porque tú, Señor, hoy me dices: “El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal”. ¿Cuál es la calidad, pues, de mi corazón?  ¿Qué sale de él? ¿Humildad o soberbia, egoísmo o generosidad, resentimiento o perdón, juicio o misericordia? Señor, sana mi corazón. Vacíalo de la maldad que aún queda  en él, y llénalo de tu amor.

2. El refrán dice “obras son amores y no buenas razones.” Sólo las obras realizadas con amor y por amor garantizan la autenticidad de nuestra fe. Es lo que nos advierte el Señor: para ser discípulo suyo no bastan las buenas palabras, el hablar de bien de Dios y las confesiones melosas: “¿Por qué me llamáis "Señor, Señor", y no hacéis lo que digo?” Quedarse en eso es edificar la vida de cristiana sobre tierra, sin cimiento firme, por lo que se desmoronará ante las primeras difi­cultades.  Lo que el Señor espera de nosotros es que hagamos la voluntad del Padre. Que lo que decimos lo hagamos. Que fe y vida vayan, de la mano,  por el mismo camino. Por eso, el día del juicio no bastará presentarnos con las manos llenas de muchas devociones, muchos rezos y plegarias, “sermones” y profesiones de fe. De nada nos servirán, si no van  acompañadas de obras de amor, de “evangelio vivido, realizado”. Sólo entonces podremos decirle con verdad “Señor, Señor”. Y él nos reconocerá como de los suyos.

3. Escuchar la Palabra, acogerla y ponerla en práctica: Eso será edificar la casa de mi vida cristiana sobre la roca firme de una fe proclamada, orada y vivida. Entonces será una fe segura y resistirá a los embates de las tentaciones, de las dificultades y de las críticas y persecuciones. Qué bueno sería que al concluir el día me preguntara cada noche: ¿Sobre qué he edificando mi vida cristiana hoy, sobre arena o sobre roca? Que hoy, Señor, esta llamada tuya cale hondo en mi corazón, que ilumine mi vida, que guíe siempre mis pasos. Que nunca olvide que la salvación o la perdición dependerán de si -respondiendo a tus gracias-,  he vivido o no tus enseñanzas. María, Madre mía, la mejor discípula del Señor, la que escuchaste y pusiste siempre en práctica la Palabra de Dios, ayúdame a hacer yo lo mismo,  para ser así verdadero discípulo de Jesús.

3. Diálogo con Dios

A la luz de esta Palabra y estas reflexiones, pregúntate qué te pide el Señor... Háblale como a un amigo. Pídele perdón, dale gracias. … Escucha en tu corazón qué te dice el Señor. Pide que te ayude para poder llevar a la práctica los deseos que han surgido en tu corazón.

10/09/2011


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