Domingo 21º del Tiempo Ordinario (A)

Paso la palabra. Para meditar cada día
Domingo 21º del Tiempo Ordinario (A)
Por Jesús Aniorte

1. Preparación

Señor, aquí estoy delante de ti. Ayúdame a tomar conciencia viva de que tú estás conmigo siempre. Esté donde esté, tu presencia amorosa me envuelve. Dame tu gracia para que este rato de oración me sea provechoso. Que vea claro qué quieres de mí. Dame un corazón nuevo, que me guíe por tus caminos de amor. Me pongo en tus manos, Señor. Soy todo tuyo. Haz de mí lo que tú quieras. Amén.

Ahora lee despacio la Palabra de Dios y las reflexiones que se proponen. Déjate empapar de la Palabra de Dios. Si con un punto de reflexión te basta, quédate ahí, no prosigas.

2. La palabra de Dios

En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?» Ellos contestaron: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.» Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.» Jesús le respondió: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.» Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías. (Mateo (16,13-20)

1.      Jesús pregunta a los discípulos quién dice la gente que es él. Los discípulos contestan que la gente está desconcertada. Piensan que es alguien importante, como tantos otros del Antiguo Testamento: Elías, Jeremías o cualquier profeta. Es decir, ven un enviado de Dios, pero no llegan a captar su condición única y su originalidad de Mesías… Y hoy, si miramos a nuestro alrededor y preguntamos a la gente de esta generación, encontraremos que para muchos Jesús fue un gran personaje, alguien que, mientras vivió, hizo el bien a los necesitados, que predicó un mensaje de amor y de comprensión y que llegó a dar la vida por sus ideales. Pero, desgraciadamente, piensan que hoy no tiene nada que ver en sus vidas: lo mataron y está muerto... ¡Qué triste, Señor, te admiran pero no te necesitan ni te aman! Como tantos de entonces: para ellos eras un personaje importante, pero no te descubrían como su Salvador.

2.      La opinión de la gente no parece ser lo que más interesaba a Jesús. Por eso, pregunta directamente a los discípulos: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo”. Pedro, como en otras ocasiones, se hace portavoz de los demás y dice: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.» Es decir, tú eres el Ungido por Dios, el Dios entre  nosotros y actúas como el mismo Dios. Esa misma pregunta nos la hace Jesús a nosotros: “¿Quién decís vosotros, cristianos del siglo XXI, que soy yo?”  Más concretamente:  “¿quién soy yo para ti?"  Seguramente nuestra respuesta será más o menos la misma de Pedro: "Tú eres el Mesías, el Señor, el Salvador, el Hijo de Dios...” Pero la respuesta que dan nuestros labios, ¿la avala nuestra vida? ¿Es verdad que Cristo es para nosotros el Señor, el Salvador?  Confesarlo con la palabra no basta; tiene que confesarlo también nuestra vida. Pedro no se quedó en su confesión verbal. Sabemos que fue débil y negó al Maestro. Pero también sabemos que, después de llorar su cobardía, con  su vida proclamó que Jesús era el Señor, lo único  importante para él. Y por confesarlo, fue martirizado.

3.       Es preciso, pues, que nuestras vidas confiesen quién es Jesús para nosotros. Si decimos que Jesús es el Señor, diremos verdad, si vivimos aceptándolo como nuestro Señor sin regateos, sin escamotearle ninguna parcela de la vida, si él y su Reino son lo primero para nosotros y lo más importante: por encima de toda comodidad, de todo egoísmo, de todo orgullo, de toda sed de placer, de todo afán de bienes materiales, incluso de nuestra vida. Pero ¿lo es? ¿Qué es lo que buscamos en la vida con más interés?  ¿Por qué o quién somos capaces de sacrificarnos, y de dedicarle tiempo? ¿Es Cristo, o hay mil cosas por delante y por encima de él? Entonces, ¿nuestra vida no desmiente lo que dicen los labios? Lo mismo, cuando decirnos que Jesús es nuestro Salvador y Salvador de todos. ¿Vivimos como salvados, como liberados del pecado: del egoísmo, de la injusticia, de la mentira?  Si no es así, ¿de qué nos ha salvado Jesús? Nietzsche decía a los cristianos: "Tenéis un salvador muy pobre... ¿De qué os ha salvado? ...No nació en mí la idea de matar a Dios. Lo hallé muerto en la vida de los cristianos."  ¡Qué triste, Señor! Has muerto para salvarme, para abrirme el camino del amor, de la justicia y de la entrega…, y yo, desviándome constantemente de tu camino. ¿Cómo los demás van a buscarte y a aceptarte como su Salvador y Liberador -según te proclamo-, si me ven “esclavizado”, tan amarrado por el desamor, la injusticia, el materialismo y la avaricia del tener? Señor, Jesús, sálvame. Rompe tanta cadena de pecado. Que mi vida no desmienta lo que proclaman mis labios.

3. Diálogo con Dios

A la luz de esta Palabra y estas reflexiones, pregúntate qué te pide el Señor... Háblale como a un amigo. Pídele perdón, dale gracias. … Escucha en tu corazón qué te dice el Señor. Pide que te ayude para poder llevar a la práctica los deseos que han surgido en tu corazón.

21/08/2011


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