Miércoles santo
Por Jesús Aniorte
1. Preparación
Señor, aquí estoy delante de ti. Ayúdame a tomar conciencia viva de que tú estás conmigo siempre. Esté donde esté, tu presencia amorosa me envuelve. Dame tu gracia para que este rato de oración me sea provechoso. Que vea claro qué quieres de mí. Dame un corazón nuevo, que me guíe por tus caminos de amor. Me pongo en tus manos, Señor. Soy todo tuyo. Haz de mí lo que tú quieras. Amén.
Ahora lee despacio la Palabra de Dios y las reflexiones que se proponen. Déjate empapar de la Palabra de Dios. Si con un punto de reflexión te basta, quédate ahí, no prosigas.
2. La palabra de Dios
El Señor me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba… El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos sabiendo que no quedaría defraudado. (Isaías 50, 5-7) En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso: -¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego? Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo. El primer día de los Ázimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: -¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua? Él contestó: - Id a la ciudad, a casa de Fulano, y decidle: «El Maestro dice: mi momento está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos». Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua. Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían dijo: -Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar. Ellos, consternados, se pusieron a preguntarle uno tras otro: -¿Soy yo acaso, Señor? Él respondió: - El que ha mojado en la misma fuente que yo, ése me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre!; más le valdría no haber nacido. Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar:- ¿Soy yo acaso, Maestro? Él respondió: - Tú lo has dicho. (Mateo 26,14-25 ) 1. Jesús se reúne para la cena de la Pascua con los que ama. Judas ya ha concertado la traición con los sumos sacerdotes. Les dice Jesús: “Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar.” Los discípulos, consternados, preguntan uno tras otro: - ¿Soy yo acaso, Señor?” La respuesta de Jesús es como para estremecer al corazón más duro: - El que ha mojado en la misma fuente que yo, ése me va a entregar… pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre!; más le valdría no haber nacido.” Pero Judas no se conmueve, sino que –cínico e hipócrita- también pregunta: “¿Soy yo acaso, Maestro?” Y Jesús responde: “Tú lo has dicho.” Ante esta respuesta y lo dicho antes por Jesús, ¿por qué no se rompió el corazón de Judas?; ¿por qué continuó con su infame proyecto? Cuando el amor de Dios se enfría y se apaga en el corazón del hombre, ¡qué difícil encenderlo de nuevo! Cuando Judas comenzó a alejarse de Jesús, tal vez nunca creyó que llegaría adonde ha llegado. Pero ahora se encuentra con que en su corazón ha muerto su amor al Maestro. Señor, no permitas que en nosotros se apague el fuego de tu amor; que cada día avivemos el fervor por ti con la oración, con el trato íntimo contigo, con la escucha y meditación de tu palabra. 2. ¿Qué sentimientos habría en el corazón de Cristo aquella noche? Ante el anuncio de la traición y la respuesta a Judas, los que cenaban con él, ¿qué verían en el rostro del Maestro, en su mirada, tan serenos siempre y llenos de luz: dolor, tristeza, miedo, decepción? Judas ¿buscaría o evitaría su mirada? Señor, hoy yo, contemplando aquella escena, quiero mirar tu rostro, tu mirada, adivinar tus sentimientos, escuchar tus palabras… Y mirando mi vida y mis comportamientos, me pregunto: ¿Con ellos no he hecho que te embarguen muchas veces sentimientos parecidos, Señor?; ¿no me has mirado a mí con la misma mirada entristecida, decepcionada?; ¿no he rehuido a veces tu mirada? Señor, ¡ten misericordia de mí! Que si, alguna vez, te vuelvo a traicionar no cometa el gran error que cometió Judas de desconfiar de tu misericordia y de no creer que, yendo a ti, podía comenzar de nuevo, como Pedro. Yo, Señor, sé que podré romper contigo, pero tú nunca romperás conmigo. Tu amor es más fuerte que mi desamor. Lo he experimentado. Gracias, Señor. 3. En estos días santos, pidamos al Señor que nos despierte del sueño. Que ilumine nuestros corazones, para que comprendamos que si él se adentra decididamente en la pasión, es por nuestro amor. En él vemos cumplido lo del Siervo del que habla Isaías: “ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos.” (1ª lect.) Ni ante el dolor ni ante el abandono ni ante la muerte se va a echar atrás Jesús. Sabe que el Padre está con él... Señor, que, en nuestra lucha por vivir nuestra vida cristiana, tampoco nosotros nos echemos atrás. Que no olvidemos que el Padre está con nosotros. Que cuando el desaliento nos tiente, te miremos a ti en la cruz para que se avive en nosotros el deseo de seguir siendo fieles al plan de Dios hasta el final.
3. Diálogo con Dios
A la luz de esta Palabra y estas reflexiones, pregúntate qué te pide el Señor... Háblale como a un amigo. Pídele perdón, dale gracias. … Escucha en tu corazón qué te dice el Señor. Pide que te ayude para poder llevar a la práctica los deseos que han surgido en tu corazón.
27/03/2013
Artículos de "Al hilo de la vida y de mis reflexiones"
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