Sábado de la 12ª semana del Tiempo Ordinario
Por Jesús Aniorte
1. Preparación
Señor, aquí estoy delante de ti. Ayúdame a tomar conciencia viva de que tú estás conmigo siempre. Esté donde esté, tu presencia amorosa me envuelve. Dame tu gracia para que este rato de oración me sea provechoso. Que vea claro qué quieres de mí. Dame un corazón nuevo, que me guíe por tus caminos de amor. Me pongo en tus manos, Señor. Soy todo tuyo. Haz de mí lo que tú quieras. Amén.
Ahora lee despacio la Palabra de Dios y las reflexiones que se proponen. Déjate empapar de la Palabra de Dios. Si con un punto de reflexión te basta, quédate ahí, no prosigas.
2. La palabra de Dios
En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaúm, un centurión se le acercó rogándole: «Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho.» Jesús le contestó: «Voy yo a curarlo.» Pero el centurión le replicó: «Señor, no soy quién para que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; y le digo a uno: "Ve", y va; al otro: "Ven", y viene; a mi criado: "Haz esto", y lo hace.» Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: «Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos; en cambio, a los ciudadanos del reino los echarán fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.» Y al centurión le dijo: «Vuelve a casa, que se cumpla lo que has creído.» Y en aquel momento se puso bueno el criado.( Mt 8,5-17). 1. Vimos ayer como Jesús comenzaba a “hacer obras” de amor, obras liberadoras. Será su estilo: “predicar” el Reino y “obrar” el Reino, librando del sufrimiento a los que se le acercan y se lo piden. El primero en acercarse a él fue un leproso, como meditábamos ayer. Hoy vemos que cura al siervo de un pagano -un centurión romano, un jefe de las fuerzas de ocupación-, como signo de que la salvación que Jesús trae y ofrece es para todos, sean de la condición que sean. El centurión tiene un criado paralítico y acude a Jesús: “«Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho».” Debió conmover a Jesús la sensibilidad de aquel hombre: en una sociedad en la que el criado era una cosa más, que se usaba mientras era útil y, cuando envejecía o enfermaba, se le desechaba como algo inútil, el centurión se preocupa de su criado enfermo, y acude a Jesús. ¿Me preocupo yo de los que veo que sufren, de los necesitados? ¿Me siento solidario con su dolor y necesidad? ¿Procuro ayudarles a salir de ahí? Cuando no puedo hacer nada por mí mismo, ¿busco a quienes puedan ayudarle? ¿Acudo a Dios, ruego por ellos? 2. El centurión estaba acostumbrado a mandar. Pero ante Jesús no da órdenes, ni se cree importante, ni aduce méritos. Sólo expone, con humildad, su necesidad. El confía en el poder y la bondad de Jesús. Y la súplica humilde del centurión gana el corazón del Señor, que se ofrece a ir a curar a su criado: «Voy yo a curarlo.» Con esta actitud hemos de acercarnos a Dios: reconociendo que él es bueno y nos ama con un amor que no hemos ganado, y, por tanto, no somos quiénes para llegar exigiendo. Porque siempre –como dice A. Pronzato- “corremos el peligro, estando sentados bien cómodos en nuestros sillón o de rodillas en el banco, de dar órdenes a Dios.” ¿Cómo oro yo, cómo me coloco ante Dios: con la humilde confianza del centurión, o exigiendo y dando órdenes? Señor, que aprenda la lección de este hombre pagano. 3. Cuando el centurión escucha que Jesús se ofrece para ir a su casa, es cuando aquel soldado pagano muestra la grandeza y hondura de su fe y confianza en Jesús: «Señor, no soy quién para que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano». Como jefe, él tenía experiencia del poder de la palabra del constituido en autoridad; estaba acostumbrado a dar órdenes que se cumplían. Ahora reconoce que Jesús es Señor de la enfermedad y del mal, y que bastará su palabra para sanar a su criado. Al oírle, Jesús muestra su asombro ante la firmeza de su fe y su confianza, frente a la resistencia de los judíos a aceptar la salvación que les ofrece: “Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe”…Y la fe del centurión arrancó a Jesús el milagro: «Vuelve a casa, que se cumpla lo que has creído.» Y en aquel momento se puso bueno el criado». Yo, Señor, cada vez que me acerco a recibirte en la eucaristía, digo lo del Centurión: “Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra bastará para sanarme.” Pero ¡qué lejos estoy de la humildad y la fe que mostró aquel hombre pagano al decirlo! Si tuviera aquella fe, seguro que experimentaría la sanación de este corazón mío tan enfermo aún de ambiciones materialistas, egoísmo, orgullo, soberbia violenta, incomprensiones y, en general, de tanto pecado.
3. Diálogo con Dios
A la luz de esta Palabra y estas reflexiones, pregúntate qué te pide el Señor... Háblale como a un amigo. Pídele perdón, dale gracias. … Escucha en tu corazón qué te dice el Señor. Pide que te ayude para poder llevar a la práctica los deseos que han surgido en tu corazón.
25/06/2011
Artículos de "Al hilo de la vida y de mis reflexiones"
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