Paso la palabra. Para meditar cada día: 14/12/2025
Por Jesús Aniorte
1. Preparación
Señor, aquí estoy delante de ti. Ayúdame a tomar conciencia viva de que tú estás conmigo siempre. Esté donde esté, tu presencia amorosa me envuelve. Dame tu gracia para que este rato de oración me sea provechoso. Que vea claro qué quieres de mí. Dame un corazón nuevo, que me guíe por tus caminos de amor. Me pongo en tus manos, Señor. Soy todo tuyo. Haz de mí lo que tú quieras. Amén.
Ahora lee despacio la Palabra de Dios y las reflexiones que se proponen. Déjate empapar de la Palabra de Dios. Si con un punto de reflexión te basta, quédate ahí, no prosigas.
2. La palabra de Dios
Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad la victoria; ábrase la tierra, y brote la salvación, y con ella germine la justicia; el Señor, lo he creado.» Así dice el Señor, creador del cielo -él es Dios. «Yo soy el Señor, y no hay otro. No hay otro Dios fuera de mí. Yo soy un Dios justo y salvador, y no hay ninguno más. Volveos hacia mí para salvaros, confines de la tierra, pues yo soy Dios, y no hay otro. (Isaías 45 y 6b-8. 18. 21b-25). En aquel tiempo, Juan envió a dos de sus discípulos a preguntar al Señor: "¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?" Los hombres se presentaron a Jesús y le dijeron: "Juan, el Bautista nos ha mandado a preguntarte: "¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?"" Y en aquella ocasión Jesús curó a muchos de enfermedades, achaques y malos espíritus, y a muchos ciegos les otorgó la vista. Después contestó a los enviados: "Id a anunciar a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Y dichoso el que no se escandalice de mí." (Lc 7,19-23) 1. Juan Bautista envía a dos de sus discípulos a preguntar a Jesús si él es el que ha de venir o tienen que esperar a otro. Jesús no responde con un discurso, sino mostrándoles lo que hace: “Jesús curó a muchos de enfermedades, achaques y malos espíritus, y a muchos ciegos les otorgó la vista”. Es decir, les mostró que se estaban realizando los signos de los tiempos del Mesías, los que acudían a él se veían liberados de sus desventuras. Después, dice a los enviados: "Id a anunciar a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio.” ¡Qué estupendo si nosotros, los cristianos, pudiéramos dar razón de nuestra fe presentando como testigos nuestras obras! Seríamos más convincentes. Porque, si no, como dice san Antonio de Paula, “en vano se esfuerza en propagar la doctrina cristiana quien la contradice con sus obras”. Y Pablo VI dijo: “El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan.” ¿No fallamos en esto muchas veces nosotros? Decimos, hablamos, echamos discursos, pero, ¿hacer, obrar?... Ven, Señor, a nosotros y cámbianos, para que hagamos aquello de que hablamos. 2. Lo que celebramos en Adviento y Navidad es que, en Cristo, Dios ha salido – y sigue saliendo- al encuentro de todas nuestras esclavitudes para liberarnos. Y al pedir “Ven, Señor Jesús”, pedimos que venga el Señor y realice sus signos mesiánicos en nuestra historia personal y comunitaria. Por eso, hoy debemos preguntarnos: ¿Qué necesitamos y deseamos que cambie en nuestra vida personal, en nuestra familia, en nuestro entorno? ¿Estamos dispuestos a dejar a Dios las manos libres para que lo cambie? ¿Estamos dispuestos a colaborar para que el cambio se produzca? Qué maravilloso sería, si al preguntarnos si es Jesús el Salvador que esperamos, el que puede dar un sentido hondo a nuestras vidas, pudiéramos decir: “Mirad mi vida: yo era un malasombra que no aguantaba a nadie, un egoísta insolidario, que sólo pensaba en mí... Y él me ha cambiado, me ha liberado de todo eso, y ahora puedo entregarme a los demás y aceptarlos con sus deficiencias y pecados. 3. La Iglesia, en Aviento, trata de avivar nuestra esperanza en Cristo liberador. Esa esperanza que a veces se nos duerme, porque vemos que adelantamos poco, que seguimos, a pesar de nuestros esfuerzos, siempre igual. Y es que olvidamos que, en las cosas del espíritu, no bastan nuestros esfuerzos, sino que necesitamos que el Señor venga a nosotros y nos salve. Hoy el Señor nos anima por medio de Isaías: “Yo soy un Dios justo y salvador, y no hay ninguno más. Volveos hacia mí para salvaros, confines de la tierra, pues yo soy Dios y no hay otro.” Gracias, Señor, por recordarme que sólo tú eres mi Dios y Salvador. Mi pecado es éste: que a veces lo olvido y yerro la dirección de mi vida. Busco la salvación en donde no está. Hoy, Señor, no quiero tener otro Señor que a ti. No espero ni deseo a otro Salvador que a ti. Ven pronto, Señor.
3. Diálogo con Dios
A la luz de esta Palabra y estas reflexiones, pregúntate qué te pide el Señor... Háblale como a un amigo. Pídele perdón, dale gracias. … Escucha en tu corazón qué te dice el Señor. Pide que te ayude para poder llevar a la práctica los deseos que han surgido en tu corazón.
14/12/2025
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