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de Totana.com por Ginés Rosa 
El patio
 
Ginés Rosa La variante norte

Totana ya tiene su variante norte, vamos, el desvío a los huertos y La Santa, y, naturalmente, a Aledo, no nos olvidemos de nuestros hermanos serranos. Cómo no evocar el Desvío con mayúscula, que ese sí que fue una variante, pero una variante norte, sur, este y oeste, todo a la vez, en aquella época en que el tráfico de Cádiz a Barcelona pasaba por el centro del pueblo, o sea, ante nuestras narices. Y digo narices porque hasta que se hizo el famoso Desvío (nunca serán dadas suficientes gracias a Dios y las correspondientes al ministerio del ramo en aquellos tiempos), los totaneros nos tragábamos no sólo el monóxido de carbono, que es lo mínimo que hay que tragarse, sino, encima, todas las porquerías añadidas que echaban motos, coches, camiones, tractores (los pocos que había) y autobuses que hicieron de Totana, desde el fielato y la taberna de la tia Melindrilla al Condado y el sin par campo de fútbol de las Peras, un auténtico infierno hasta los años sesenta.

Encima de que siempre estábamos con el culo al aire, mostrando nuestras vergüenzas y notables carencias urbanísticas, existía el agravante de que la carretera que atravesaba el pueblo -o sea, la N.-340 de toda la vida- era un auténtico patatal y, al depender del gobierno (que, como la madre de la copla, sólo había uno) pues se arreglaba cuando a éste se le espetaba, por decir una fineza. Y como no se podía protestar, ya que te tachaban de rojete y antifranquista y te mandaban a la guardia civil por menos de un misto, pues la vida transcurría plácidamente y sin problemas, para qué les voy a contar.

Aunque por entonces comenzó lo del Spain is diferent y empezaron a venir las suecas, el personal que atravesaba nuestro pueblo no podía hacer turismo ni fijarse en nada, ya que bastante tenía con esquivar los baches y salir indemne de aquel martirio, pese a espectáculos tan singulares como las matanzas de "el Pajero" en plena Rambla, a escasos metros del puente de santa Rita.

Añejos tiempos en los que a los municipales (vamos, a los guindillas) les daban un pito -como a los totaneros cuando vinieron los sardineros semanas atrás- y tenían que hacer de guardias de tráfico en la esquina de Parranda, frente a la avenida de Santa Eulalia, haciendo lo que buenamente podían y, en ocasiones, armándose unos cirios bastante guapos, sobre todo cuando venían coches desde los tres lados.

Hoy, ante la inauguración de la variante norte, a más de una autoridad se le ha calentado el morro y asegura que esto va a suponer un enorme progreso en todos los órdenes, y que se trata de una de las obras más importantes en los últimos cuatro siglos. Hombre, la cosa parece importante pero yo diría que no hay que pasarse. Trascendentales sí que fueron, por este orden: la traída del agua de la Carrasca al barrio de Sevilla (en 1755, que fue una de las más grandes obras públicas de nuestra historia), el alcantarillado (años 50), que puso el pueblo patas arriba; el Desvío (años 60), que fue como la venida del Mesías pero en infraestructura viaria; el dragado de la Rambla (1965-1969), y la desaparición de la Balsa Vieja, a pesar de la enorme chapuza urbanística que se hizo a continuación.

La variante norte supone no sólo un avance en nuestras comunicaciones sino, y esto me parece muy principal, una mejora de nuestra calidad de vida como ciudadanos ante la bajada de humos y disminución de ruidos, y en este sentido avisamos del peligro que encierra la carretera de La Santa, que gana en kilómetros a partir de ahora desde el enlace con la autovía, en la que un buen número de descerebrados al volante, sobre todo en verano, la convierte en una vía nada recomendable para paseantes, ciclistas, caminantes con promesa a Santa Eulalia y demás mortales andariegos, lo que unido a las horrorosas tiras verdes de los cada vez más numerosos huertos que se suman a este despropósito estético, hacen de nuestra otrora bella y remansada carretera una trampa para la seguridad vial y un atentado a la belleza paisajística en nombre de la insensatez y el mal gusto, respectivamente. De verdad, una pena.

Ginés Rosa


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