La alfarería, en peligro
La alfarería, una de las señas de identidad de Totana desde hace algunos siglos (no digamos que desde tiempo inmemorial, pues, aparte de ser un tópico, no es verdad en absoluto, pues los tiempos sin memoria son anteriores a la prehistoria, y por entonces no había más cacharros que los justos para mal cocinar y gracias), la alfarería, decíamos, está atravesando malos momentos, así que eso de "Totana, ciudad alfarera" parece que se va resintiendo ante una crisis que nos está rozando en uno de los aspectos más característicos de nuestro patrimonio cultural y económico.
No es la primera vez que las sombras de la crisis andan revoloteando en torno a nuestra alfarería que nos convirtió en uno de los primeros pueblos alfareros de España. Totana, en el Catastro del Marqués de la Ensenada -la mayor consulta socioeconómica llevada a cabo en España en la época del Antiguo Régimen, allá por 1753- ya contaba con cierto potencial "industrial": siete hornos de alfarería y dos tejares. Testimonios que con ocasión del Centenario de la Cámara de Comercio de Murcia, en 1999, tuvieron su reflejo en el reconocimiento de tres empresas totaneras de la especialidad que se contaban entre las 50 más antiguas de la Región de Murcia: Bellón Alfareros, Alfarería Vicente El Polo y Romero y Hernández.
Después de unos buenos años de bonanza en los que nuestras macetas, principalmente, un producto cuyo color y calidad eran muy reconocidos en los mercados (Japón llegó a ser un buen mercado para nuestras macetas), entraron en una fase de enfriamiento.
Si antes fueron los plásticos, ahora aparecen los chinos, pasándose por el arco del triunfo las reglas del juego, la competencia leal y lo que se ponga por delante con tal de dar trabajo en plan militar a cuantos más millones mejor, fabricar e inundar los mercados, y todo eso casi sin pagamentas, con unas calidades que dan risa y unos precios que dan ganas de llorar, según hemos podido comprobar en las mejores ferias del sector en Estados Unidos, Inglaterra, Alemania… Y por otro lado, la especialidad de nuestras macetas, con un color característico que nadie producía, también ha rebasado la barrera de la exclusividad y ahora nos las sacan casi igual pero más baratas.
Totana no debe perder su condición de "ciudad alfarera", pues sería como dejar atrás una parte de nuestra historia y de nuestra principal y más reconocida especialidad artesana. Tanto que Totana se hizo famosa a finales del siglo XIX por las falsificaciones de "el Corro" y "el Rosao" (un gitano y un payo ilustrado, respectivamente) que se dedicaron durante muchos años a vender a coleccionistas y a museos, entre los que se encontraban el Louvre y el Museo Británico, objetos que decían haber sido "hallados" en el yacimiento argárico del Cabezo de La Bastida, descubierto en 1869 por el ingeniero Inchaurrandieta, y que ahora lleva camino de convertirse en un Parque Arqueológico. Esta pareja de pìllos elaboraban y envejecían las piezas que reproducían de revistas de la época, hasta que metieron la gamba por reproducir cerámica y figuras precolombinas y mostrarlas en el mismo yacimiento como piezas fechadas entre 1800-1000 antes de Cristo, y, claro, aquello fue demasiado y hubo que cerrar el negocio. Esta pareja y sus falsificaciones, junto con Totana, dieron la vuelta al mundo.
Para salvar nuestra alfarería, a nuestro juicio, existen dos caminos: uno, que ya están llevando a cabo diversas empresas totaneras, es el de la reconversión y búsqueda de nuevos productos, aunque a costa de fabricar muchas menos macetas, la especialidad más conocida de nuestros hornos durante siglos; el otro camino sería el llevar a cabo una unión general de las empresas en torno a una marca o etiqueta de origen ("Alfareria de Totana") con la colaboración del Centro Regional para la Artesanía, destinado no sólo al resurgimiento de la actividad sino, también, para acceder a importantes sectores de mercado (turismo rural, urbanizaciones -ahora que está tan de moda el ladrillo-, decoración…). Este doble camino se hace absolutamente necesario para que no decaiga esta vieja actividad que ha caminado pareja a nuestra historia. Cualquier cosa menos jugárnosla a los chinos.
Ginés Rosa
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