50 años de El último cuplé
Cuando algunos de aquella época lean que ahora se cumplen 50 años 50 del estreno de la película El último cuplé, a buen seguro que se preguntarán “¡Ahí va!, ¿cuántos años tengo yo, entonces?”. Y es que resulta que en nuestra vida hay momentos o cosas que se nos quedan muy marcados y, en el transcurso del tiempo, nos sirven de referencia, como los nietos, que cumplen años por ellos y por nosotros. Yo creo que El último cuplé es uno de esos iconos que nos devuelven a cincuentones y sesentones, con no poca carga de nostalgia, a la edad del pavo.
El último cuplé se estrenó en el cine Rialto de Madrid el 6 de mayo de 1957, y ese invierno llegó a Totana, concretamente al cine Español, donde estuvo una semana en cartel. Pero aquí el respetable no se daba bofetadas para verla porque ya se las había dado en Murcia, principalmente, hacia donde nuestros coches del punto iban a diario con espectadores ávidos de cuplés y de ver a María Luján (Sarita Montiel, María Antonia para sus paisanos manchegos) cantando Fumando espero al hombre que más quiero tras los cristales de alegres ventanales. Recuerdo que algunos de los taxistas totaneros rivalizaban por ser el que más veces había visto la película. Y cuando se montaban en el auto camino del cine Rex cantaban cuplés para ir haciendo ambiente, que entonces se tardaba más de una hora en llegar a la capital. Aquello había que sufrirlo: los cuplés y el viaje tan largo. Y también iban con más personal que de costumbre los trenes de carbonilla, que tendejaban bonico el pelo, las cejas, la camisa, la boca… ¡Ay, la RENFE de entonces!
El último cuplé fue algo más que el mayor éxito de taquilla del cine español, puesto que podríamos hablar de una revolución cultural con un profundo cambio en ciertos sentidos: la Montiel aparecía como una especie de sex-simbol a la española en unos tiempos en los que ver a Silvana Mangano en pantalón corto en la película Arroz amargo se consideraba poco menos que pecaminoso por la tropa de la Iglesia española y totanera. Así nos lucía el pelo, puesto que la brillantina hacía furor en el pelo del guaperas de Carl Gable, que lo tomó del otro ídolo de los años ’20, Rodolfo Valentino.
También varió nuestro estilo de cantar, pues los cuplés (El relicario, Nena, Tú no eres eso, Fumando espero, Sus pícaros ojos, Balance, balance…) invadieron nuestros hogares a través de la radio. Se barría la casa, la calle, lo que se barriera, al son de un cuplé: Juró amarme un hombre sin miedo a la muerte, sus negros ojazos en mi alma clavó… La copla se dio un respiro y entonces aquellos famosos cuplés conquistaron los dos hemisferios.
Pero El último cuplé, como sucedió con la película Casablanca, que nadie imaginaba lo que llegaría a ser, pasó por no pocos apuros antes de su estreno. Descapitalizada la productora y antes de terminar su rodaje, se vendió la película a Cifesa, la gran marca del cine nacional. No estaba previsto que cantara Sarita Montiel pero como no había dinero para pagar a una profesional que pusiera la voz, se tomó la decisión de que cantara la manchega, de la que nadie se fiaba, y que Dios nos coja confesados, dijeron los productores.
El último cuplé dio la vuelta al mundo. En 1965, estando yo en Israel pasando la magnífica experiencia de trabajar en un kibbutz del norte de Galilea (kibbutz Gaaton, a escasos kilómetros de la frontera libanesa), tuve la suerte de ver esta película en otro kibbutz –Evron- adonde fui de visita por unos días. Se trataba de la versión original con subtítulos en hebreo, así que aquella noche me di una buena ración de españolidad (¡¡¡Valenciaaaaaaaaa!!!).
Aquellos eran tiempos duros. Sólo hacía cinco años que habían retirado la cartilla de racionamiento, que nos duró 12 tacos. Impactos visuales como El último cuplé vinieron a alterar nuestra bucólica existencia en la que España ya ponía a punto sus dos herramientas más decisivas para el periodo de recuperación de los años sesenta: la emigración y el turismo, cuando apareció la cálida y mágica voz de Sarita Montiel removiendo los cimientos de toda España y dándonos una pequeña tregua en nuestro mundo tan enclaustrado.
Ahora, con la perspectiva de cincuenta años, El último cuplé adquiere una dimensión que podríamos catalogar de hito cultural en la historia de España, tal fue el impacto que produjo esta película de escaso presupuesto que puso un cuplé en nuestras bocas y en nuestros corazones.
Ginés Rosa
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