Totana internacional
Nadie puede negar que Totana ha adquirido definitivamente un aire internacional. Nos ha costado lo nuestro pero al final lo hemos conseguido y bien que se nos nota.
En los tiempos de la copla, vamos, cuando se escuchaba por los portales aquello de "Donde habitan las manolas..." o aquello otro de "No me gusta que a los toros te pongas la minifarda", éramos más bien antiguos y bastante pueblerinos, y nos recogíamos a las diez, que era la hora moralizante de recogida para los hijos de aquella generación que las recibió todas en el mismo lado. Entonces, lo más internacional era cuando el personal se iba a Francia a la vendimia y se traían los jayeres para ir tirando, hacer arreglos en la casa, comprar una nevera, una radio de pasta y, si se terciaba, hasta una lavadora, como la Brú, que hablaba y nos calentaba la olla con lo de "somos automáticos".
Éramos tan poco internacionales que cuando por el pueblo aparecía un forastero, aunque fuese un alhameño, la población se ponía en guardia (¿Qué querrá éste?). Y es que circulábamos con la creencia de que los pueblos eran sólo para los que vivíamos en ellos. Nos habíamos acostumbrado a algunos personajes de fuera: corredores de naranja y uva, algún listo que venía a pretender y algún inspector de consumo, de Murcia, a ganarse el jornal multando.
Antes era muy normal que a la vuelta de la esquina te encontraras con un alfalfero que venía de dar un segón, un cabrero con sus cabras andariegas, un cortador de naranja o alguien con un "azaón del 103". Hoy, prácticamente, han desaparecido personajes e instrumentos y, a cambio, te encuentras con un moro (dicho sea empleando el término poético), un ecuatoriano o un ucraniano, por no decir un chino, un búlgaro o un boliviano. Y el que no va en coche va con un carrito de la compra. Y ahora nadie dice ni pío, ni vuelve la cabeza, pues hemos pasado a una situación claramente variopinta, internacional y multirracial. Tanto que si quieres ver a tus paisanos tienes que darte una vuelta por el Chamones, por Las Tinajas, por el "Mercao", o por la tertulia de la Balsa Vieja, uno de los pocos lugares estratégicos no ocupados por los inmigrantes y donde algunos totaneros se han apestillado y hecho fuertes y no ceden terreno. Hoy te encuentras a un conocido por la calle y te po0nes loco de contento de cruzarte con alguien que te saluda. Ya ven.
Prueba de nuestro nivel de internacionalización son los nombres que van poniendo a algunos locales: "Capricho's", "Nicol's", "Lola's", "Fraggel Rock", "Executive Suite", "Snoopizza" y otros similares, mientras que en los tiempos de la copla los comercios de Totana no tenían rótulos, salvo algunos en las cortinas de canutillos (un invento de la época), pues eran conocidos por sus nombres: la tienda de Juan Antonio Lorca, ca Parranda, ca la Bernardina, ca Carreño, cal Púo o cal Bazar, sin más anuncios ni genitivos sajones. Hoy ya tenemos hasta anuncios en inglés en este periódico y vemos muchos hijos de la Gran Bretaña tomando el té con sol en nuestras terrazas.
Con tanta población extra, yo me imagino a la colonia ecuatoriana, por un lado, y a la marroquí, por otro, en la desaparecida Plaza de los Toros en una sesión del "Día del Productor" dando sendas notas de color y, al mismo tiempo, de sabor internacional a aquellas inolvidables noches cinematográficas veraniegas. Pero los tiempos no eran de llegada de inmigrantes sino, más bien, de pan y fritá, y a mojar.
Por eso, en esta fase tan internacional que vive nuestro pueblo, me da pena y no poca tristeza que tantos ecuatorianos, moros, rubiales y rubialas de la parte de la antigua Unión Soviética nos acompañen durante algunos años y luego se vaya cada uno a su pueblo sin haber aprendido eso de "Plaza la Constitución, tución...", o cantar una habanera, por no decir hacer unas migas, un arroz en La Santa o soltarte, como los totaneros, un "¡qué ideal!".
Ginés Rosa
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