Otra vez la autoridad
Mi amigo estaba serio, preocupado, de mal humor. Yo diría un tanto
"avergonzado". Acababa de tener, en mi presencia, una escena un tanto
tempestuosa con uno de sus hijos, por cosa de poca monta. Se quejó: - “Ya
ves... lo que yo digo: antes los hijos temblábamos ante los padres. Cualquiera
rechistaba a mi padre... Ahora, al revés: somos los padres los que temblamos
ante los hijos. A veces pienso que los padres no somos nadie. En casa son
ellos los amos, los que mandan y organizan la convivencia. Todo ha de girar
alrededor de ellos. Y no te impongas, porque entonces `eres un dictador´”.
Es el desconcierto de muchos padres: cómo ejercer la autoridad con los hijos.
Por eso te invito a reflexionar sobre ello. Empiezo por esto que escribió Luís
V. Agudo: "Mira a tu alrededor. Verás, como he visto yo, hogares deshechos
precisamente por padres autoritarios. Se pasaron. Pero también hogares
deshechos por padres "pasotas", que abandonaron a la primera dificultad,
Necesaria autoridad. Peligrosa autoridad. Unos se pasan; otros no llegan."
Mi amigo decía: "Cualquiera rechistaba a mi padre..." Malo. Eso no es ser
padre; eso es ser… un mariscal. Eso no es educar; es domar: hacer hijos
asustadizos, dependientes. La excesiva autoridad paraliza. ¿Cómo van a
aprender los hijos a tener iniciativa, a guiar su vida, a ser autónomos, si no se
les da ocasión de ensayar, si todos los caminos se les dan trazados... y ¡ay, si te
atreves a torcerte un milímetro! Ya digo: hijos inseguros, tímidos,
dependientes, faltos de iniciativa, con poca -o ninguna- autoestima, que
mañana no se atreverán ni a respirar, aunque piensen todo lo contrario que el
jefe, que el padre o que el amigo. Formados para obedecer órdenes precisas,
en una palabra; pero no para iniciar nada por ellos mismos, no para caminar
con seguridad por la vida. Chicos y chicas que sufrirán mucho en su vida.
Autoridad amorosa, que acompaña a los hijos hacia la autonomía, hacia la
madurez, hacia la libertad de caprichos, de egoísmos, de instintos, de "lo que
le pide el cuerpo", o el sentimiento. Esa es la buena, la que hay que ejercer.
Lee esto de Carlos Días: "La fuerza de mi cariño te ayuda a que tú te
conviertas en autor de tus propios actos libres... asumiendo y superando el
miedo iniciático que el ejercicio de esa misma libertad produce; quien sabe
entregarse con cariño se convierte para ti en autoridad, palabra que procede
del verbo latino augeo [que significa crezco] (de ahí, auge y aupar), cuyo pretérito
perfecto es auxi (de donde se deriva auxiliar...) y cuyo supino es auctum
(auctoritas), del cual surge ya autoridad. Sólo es deseable la autoridad que
auxilia, la que sirve, la que aúpa, la que te eleva sobre sus propios hombros;
esto no impedirá que ella sepa decirte en su momento prudencial una palabra
dura, pero sin aspavientos ni histerias, con buenas maneras aunque con
firmeza".(Carlos Díaz)
Pero está el polo opuesto: no mandar nada, transigir en todo, olvidando que el
niño necesita y quiere la autoridad. Para adquirir seguridad. Porque le
tranquiliza. El niño necesita aprender a tener límites en sus actuaciones y
dónde están los límites. Por eso, saber decir "hasta aquí", "por aquí". Y no
ceder al chantaje del pataleo, o de la discusión, o del dar largas, o... de la
carantoña. Y menos, dar veinte órdenes seguidas y olvidarse después de si se
cumplen o no. Me decía un muchacho, al que estaba tratando: - “Mi padre
mandaba por mandar, no para que le obedeciéramos. Llegaba del trabajo,
soltaba una ristra de órdenes seguidas, se marchaba... y si te he mandado no
me acuerdo: nunca supo si habíamos hecho caso o no”.
Así era aquel muchacho ahora. Los padres decían que no les obedecía en
nada, que ya le podían decir, que era un "pasota"..., etc. -“Parece que no
escucha- se quejaban los padres”.
Era lo que había aprendido. A actuar así le había enseñado su padre con su
modo de mandar.
Amigos: mandar, sí; pero pensar lo que se manda; pocas órdenes y firmes. Y
exigir que se cumplan. Y mandar amorosamente, maduramente, no movidos
por el buen o mal humor del momento. Mandar "con cabeza", vamos.
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Paso la palabra. Para meditar cada día
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